Fotografía extraída del libro, `El siglo atómico y la huella de Norilsk´. Fuente: Mijaíl Vazhnov.
No importa que actualmente este lugar quede en el territorio ucraniano. No importa porque hace 26 años toda la Unión Soviética se movilizó para evitar una tragedia mayor. 600.000 personas arriesgaron sus vidas, trasladándose a la zona afectada, como liquidadores. Entre ellos había rusos, ucranianos, kazajos… Además, a lo largo de los años Rusia gastó 3.500 millones de dólares para sostener este esfuerzo en contra de la radiación.
El pasado 7 de junio de 2012, la Embajada de Rusia en Argentina conmemoró la hazaña de sus conciudadanos que ayudaron a enterrar el accidentado reactor nuclear, que participaron en la evacuación de la población civil e hicieron lo posible para que la contaminación no se extendiera. En nombre de la Federación Rusa, Serguéi Vdovin y Alexánder Borunov fueron condecorados con medallas de honor y compartieron con Russia Beyond sus recuerdos de aquellos 30 días, vividos en Chernóbil.
A finales de abril de 1986 a Serguéi Vdovin le correspondía disfrutar de sus vacaciones reglamentarias. Las aprovechó para pasar unos días en la playa, en Crimea, con su familia. Tenía 25 años y era teniente en la división del Ejército dependiente de Minsredmash: la estructura especial que existía en la Unión Soviética para mantener y manejar las instalaciones nucleares. Estas fuerzas fueron las primeras en ser llamadas a la zona de la catástrofe, y a Serguéi, junto con otros compañeros de servicio, les tocó hacer de stalkers, es decir, recibían a los que seguían llegando y los llevaban por rutas seguras hasta la central nuclear. “Teníamos que recibir a la gente que venía en tren, dividirla en grupos y acompañarla por la zona hasta las barreras de contención, donde los especialistas los distribuían para los trabajos puntuales”.
¿Qué trabajos tenían que hacer? “Básicamente desparramar piedras, hormigón o tierra para crear una especie de barrera mecánica para las emisiones locales. Pala en mano y dale que dale, tirando lo más lejos que se pueda. Diez minutos en total, para no recibir demasiada radiación. Unos salen, otros entran. Nosotros dirigíamos esta circulación”, cuenta Serguéi.
“Cuando llegué trataba de moverme con mucho cuidado, evitaba tocar cosas con las manos, abría las puertas con un codo o con el pie. Después ya no importaba, además nos dimos cuenta de que lo peor estaba en el polvo y eso casi no se podía evitar. Había demasiado polvo. Se te metía en el pelo, se aspiraba. Lo otro que se sentía era el sabor metálico en la boca”. ¿Qué medidas de protección tomabais? Monos blancos, delantales, botas de goma o de caña de lona. Todos los días se entregaban ropas nuevas, aunque después ya no alcanzaban, así que los lavaban y se volvían a entregar. También nos daban unos pequeños dispositivos acumuladores de radiación, que se fijaban en la ropa. Eran como mini contadores de Geiger, que después había que entregar para que leer los datos registrados en una máquina especial. Si perdías uno, te multaban. También se repartían pastillas de yodo. En todos lados había platos llenos de estas pastillas. Además, a los civiles además les daban un litro de vodka o de vino diario. Eso ayudaba a paliar los efectos del estroncio. A nosotros, los militares, no nos lo daban. El reglamento no lo permite”.
Desde 1999 Serguéi vive con su mujer y su hijo en Argentina. Actualmente trabaja de técnico dental: “Queríamos un cambio radical en nuestras vidas, y no nos arrepentimos. Argentina es un país maravilloso.”
Alexánder Borunov pertenece es el presidente de la Unión “Chernóbil” de la Federación Rusa en calidad de presidente de la Representación para América Latina. Es oriundo de Norilsk, ciudad situada al norte de Rusia y que es un centro minero con un gran complejo de fundición. Por esta razón los voluntarios de Norilsk, con amplia experiencia en condiciones extremas, se valoraban tanto.Cuando se habló de la necesidad de conseguir especialistas capaces de manejar maquinaria pesada a control remoto, buscaron gente capacitada en Norilsk.
Entre los candidatos estaba Alexánder. En 1986 se acababa de casar y no le pareció mal ganar un dinero extra, (el trabajo de voluntario en Chernóbil estaba bien remunerado). La idea que tenía respecto al peligro era muy general y el riesgo parecía incluso atractivo. “Mientras cruzábamos Siberia en avión, íbamos festejándolo. Pero tras llegar al lugar de destino nos dimos cuenta de lo ignorantes que éramos. Por ejemplo, todas las cruces de oro, pulseras, cadenas que llevábamos puestas. Todo eso, igual que toda la maquinaria se quedó para siempre en Chernóbil. Todavía debe estar ahí el roble que decoramos cual árbol de navidad, dejamos en él todos nuestros 'metales' colgados en sus ramas. Además, estaba la tentación del sol. Veníamos del norte helado a una primavera cálida. El primer día fuimos a bañarnos en el río y a tomar sol. Nos quedamos rojos, como cangrejos cocidos. Cuando al día siguiente nos vio la doctora, casi se muere de susto porque con la radiación que había en el ambiente era algo absolutamente contraindicado”, cuenta Alexánder.
“Teníamos que manejar a control remoto unos camiones con draga de almeja y el mezclador de cemento. Se usaban para excavar y sellar las trincheras de 30 metros de profundidad. Se hacía para bloquear la salida de aguas contaminadas. Pero como el nivel de radiación era altísimo, los sistemas electrónicos dejaron de funcionar rápidamente. Tuvimos que dejar los controles y ponernos al volante, a 'la antigua”.
Alexánder llegó a Argentina en 1996 ,“huyendo de la mafia rusa”, como él mismo explica. Se considera un afortunado ya que goza de buena salud. De los 600.000 liquidadores que estuvieron en Chernóbil después del accidente del reactor, han fallecido 5.000 han y otros tantos luchan contra diferentes tipos de cáncer o se enfrentan a problemas cardiovasculares.
Alexánder y Serguéi creen que la situación en Fukushima es todavía peor que la de Chernóbil. Hablan de un mayor grado de contaminación, de la poca protección de los civiles que siguen viviendo en la zona y de las mentiras del Gobierno japonés.
Sus opiniones difieren respecto a las perspectivas de la construcción de centrales nucleares en Argentina. Serguéi dice que deberían construirse y ser aprovechadas. Cree que en el país hay suficiente potencial científico y disciplina de trabajo como para evitar accidentes.
Alexánder no está de acuerdo. Dice que los argentinos son demasiado temperamentales y que faltan sistemas eficientes de defensa civil que enseñen a la población y a las autoridades los protocolos de salvamento en el caso de situaciones extremas.
Por qué las autoridades soviéticas callaron tras el accidente de Chernóbil
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