Vista de la torre Shújov desde la base. Esta obra maestra de la arquitectura soviética se erigió en 1922. Fuente: AFP / East News
“Emblema de Moscú y uno de los hitos de la ingeniería más importantes del siglo XX”. Así se define el diseño del académico Vladímir Shújov (1853-1939) en la carta abierta dirigida al presidente Vladímir Putin que solicita la protección urgente de esta obra maestra de la arquitectura rusa.
Los firmantes -investigadores, expertos y arquitectos internacionales de la talla de Rem Koolhaas, Tadao Ando o Norman Foster, han dado su apoyo a la iniciativa del fotógrafo Richard Pare. Su fotolibro The Lost Vanguard muestra como fotografía de cubierta un contrapicado de la torre. También otras plataformas civiles rusas, como “The Constructivist Project”, se han movilizado para que la torre no acabe convirtiéndose en un edificio de viviendas de cincuenta plantas, un bocado muy apetitoso para las promotoras.
Se compara la torre Eiffel, por su importancia y maestría técnica, con la torre Shújov, situada al sur de la capital (Shábolovka, 37). Si bien ambas estructuras metálicas han dotado de singularidad el lugar donde fueron levantadas, las diferencias entre ellas son importantes.
La torre parisina se construyó en 1865 para el uso y disfrute de los visitantes, esto es, como monumento público y atalaya privilegiada gracias a sus 305 metros de altura, mientras que la torre Shújov, según el decreto firmado por Lenin el 30 de julio de 1919 en plena campaña de electrificación, se planteó para uso funcional como antena de telecomunicaciones desde la cual emitir los boletines de propaganda: la primera emisión de radio fue el 19 de marzo de 1922 y la de televisión, el 10 de marzo de 1939.
Pese a ello, la liviana y majestuosa malla de acero, cuya forma recuerda un telescopio invertido, se convirtió involuntariamente en un hito visual de la ciudad. “La forma de este transmisor de radio es diferente a todo lo que haya podido ver hasta ahora”, anotó en 1928 Walter Benjamin en su diario de viaje.
Uno de los datos de esta diáfana estructura hiperboloide que da cuenta de su perfección técnica es que, en su diseño original, pesaba sólo una cuarta parte de lo que pesa la torre Eiffel, incluso superándola en altura cincuenta metros sobre el papel. La escasez de material de la época, finalmente, redujeron las pretensiones iniciales -en dos entradas de su diario de 1920 se lee un simple “sin hierro”-, pero sus “livianas” 240 toneladas de metal para los 140 metros de altura apoyados sobre una base circular de hormigón han resistido sin problemas la metereología de la capital rusa y perdurado hasta el siglo XXI.
Desde entonces, la tecnología depurada de Shújov, con centenares de puentes, torres y estructuras en su haber (el techo de las galerías GUM o del Museo Pushkin de Bellas Artes, la estación de Kiev en Moscú, el primer oleoducto y petrolero rusos, la estructura rotante del Teatro del Arte o sistemas de suministro de agua para ciudades enteras), no ha dejado de inspirar a arquitectos de todo el mundo, razón por la cual la voz de alerta ha sumado apoyos nacionales e internacionales de tanto peso.
Su construcción, no obstante, no estuvo libre de contratiempos. Un accidente en junio de 1921 echó por tierra todo el trabajo realizado hasta la fecha. Las autoridades suspendieron la pena capital al académico y le concedieron una última oportunidad que Shújov aprovechó finalizando el proyecto en ocho meses. Ajeno a la política y no muy simpatizante de la deriva soviética, prefirió trabajar en Rusia que aceptar las invitaciones de universidades e instituciones extranjeras.
Richard Pare explicó en The New York Times la experiencia de subir a la cima de la torre: “Es una impresión inolvidable, los elementos de construcción se elevan creando una avalancha de optimismo y euforia”, en contraste con el Mausoleo de Lenin, “en las antípodas de la brillante obra maestra de Shújov, de la luz a la oscuridad en tan solo ocho años”.
El problema de la torre Shújov es que está construida con materiales de no muy buena calidad. A eso se añade la degradación a la que ha sido objeto por la dejadez de las administraciones, que no han aplicado ningún tratamiento anticorrosivo en décadas. Aludiendo al peligro de colapso que corre, desde el Ministerio de Comunicaciones se propuso el pasado 7 de marzo el desmontaje de la torre y su reubicación en otro punto de la ciudad o del país para su uso como mera atracción turística. Nadie puede asegurar que la estructura resista el desmontaje. La respuesta no se ha hecho esperar.
No es la primera obra arquitectónica de su rico legado que Rusia dilapida de la noche a la mañana. En 2010, el arquitecto Norman Foster ya envió una carta abierta a las autoridades rusas, describiendo la torre, de la que se inspiró para el Edificio Swiss Re, como “una estructura de deslumbrante genialidad y enorme importancia histórica”.
A la petición de que se reconsideren las intenciones del gobierno se añade que la torre se incluya en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. De momento no se ha dado una fecha para su desmontaje y sigue deliberándose su futuro en los pasillos del ministerio.
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