La asombrosa historia sobre África la inició el periódico español Cambio 16 en el año 1995 y luego fueron apareciendo varios libros sobre el enigmático tema, que todavía apasiona a los públicos más heterogéneos.
Se sabe que Felisberto Hernández (1902-1964), escritor y compositor uruguayo, y África de las Heras (1909-1988) se conocieron en París en 1947. Felisberto residía en la capital francesa fruto de una beca que había gestionado el escritor uruguayo –franco-uruguayo en realidad–, Jules Supervielle (1884-1960). También recibe Felisberto en esos días el apoyo de la poeta y mecenas uruguaya Susana Soca (1906-1959).
Fue en esos años que África intentó, con éxito por cierto, seducir a Felisberto. La finalidad era en apariencia poder radicarse en Montevideo; el destino que aparentemente se le había asignado para ejercer su condición de agente de inteligencia de la Unión Soviética.
Felisberto Hernández ha ido creciendo de modo sostenido en las últimas décadas y hoy comparte con Horacio Quiroga el galardón de estar entre los principales exponentes de escritura fantástica en el Uruguay. El reconocimiento le llegó tarde. Italo Calvino prologó una versión italiana y lo vio como “un escritor que no se parece a nadie”. Algunos de sus títulos destacados son: Fulano de tal (1925), Libro sin tapas (1929), Por los tiempos de Clemente Colling (1942), El Caballo perdido (1943), Nadie encendía las lámparas (1950).
Uruguay era un país democrático, toda una excentricidad para el contexto político latinoamericano de entonces. Montevideo, una ciudad cosmopolita donde la presencia de inmigrantes de las más diversas naciones era algo tangible a cada paso. Estábamos, en consecuencia, ante campo fértil para que un extranjero pasara inadvertido. África logra casarse en Montevideo con Felisberto, matrimonio que duró dificultosamente un buen tiempo.
África nació en Ceuta, haciendo honor a su nombre de pila que conduce a ese continente casi insondable. Tuvo una esmerada enseñanza, fue y vino por distintos países. En efecto, África de las Heras Gavilán llegó al mundo el 27 de abril de 1909 y falleció en Moscú con casi 79 años el 8 de marzo de 1988.
Patria, Ivonne, María Pávlovna, María de la Sierra, María Luisa son algunos de los seudónimos que utilizó a lo largo de su vida. Bajo el nombre Patria firmó sus informes cifrados dirigidos a Moscú. Lo cierto es que esta española alcanzó el grado de coronel de los servicios secretos soviéticos, y obtuvo varias condecoraciones.
África de las Heras vivió en Moscú desde 1941 (algunos la involucran con Trotsky en México). Allí realizó cursos de enfermería hasta que fue reclutada por el KGB. En los conflictivos días de 1942, esta atractiva española viaja de la URSS a Alemania, donde vivió dos interminables años. Regresó a la URSS, su centro de operaciones. Sus destinos próximos serían París y luego Montevideo.
Llega en 1946 a la empobrecida capital francesa, donde se presenta como una refugiada republicana (de los cuales había miles entonces).
No le resultó difícil seducir al enamoradizo Felisberto y en consecuencia llegar a Montevideo, ya que escritor añoraba retornar a su país. Dos años de convivencia en Uruguay con el hoy célebre intelectual, entonces un pianista de relativo reconocimiento y con una obra literaria apreciada por un tan reducido como exquisito grupo.
En Uruguay, la española obtuvo la ciudadanía legal, desarrolló tareas como modista. Llegó a contar con una selecta clientela, lo que fue una suerte de pantalla para establecer y mantener durante largo tiempo una intensa conexión radial la URSS.
La actriz española Estrella Zapatero interpretó el papel de África de las Heras en la película Mujer bajo el sello ‘Secreto’ rodada por el Primer Canal de la televisión rusa en cooperación con el Servicio de Inteligencia de Rusia y estrenada en el año 2011. La mayoría de las escenas se grabaron en España. El director de la película es un reconocido actor ruso de origen español, Alguis Arlauskas, su madre fue una de los ‘niños de la guerra’.
En efecto, África llegó a la pacifista Montevideo en tiempos de la presidencia de Luis Batlle Berres, años de prosperidad y libertades cívicas. Se desempeñó como modista, tenía su atelier en la calle Colonia en un hoy tan desvencijado como atractivo edificio que se ubicaba junto al demolido teatro Artigas. Esa en apariencia inocua señora, de fuerte acento hispano, vino a Montevideo para controlar servicios secretos de la Unión Soviética. Una tarea que consta desarrolló al apoyarse en las relaciones sociales de Felisberto.
Al comienzo, la pareja de recién casados vivió en la llamada torre del Rex, que es la cúpula del original edificio erigido en la avenida 18 de Julio y Herrera y Obes. Una vez producida la separación, la espía siguió en la capital, donde pasó a ser pareja de otro espía, el italiano Valentino Marchetti, en verdad Giovanni Antonio Bertoni, quien llegó a Montevideo en 1956. Este fue un jefe de espionaje para Uruguay y la región. Para algunos, un mero matrimonio de espías, para otros, una vida relativamente placentera.
Pero lo cierto es que Marchetti terminó sus días de modo sorpresivo en 1964. Y no faltaron quienes susurraron sotto voce que este anticuario (había abierto un bien surtido comercio en la calle Bartolomé Mitre) habría sido asesinado por la mismísima África.
Casi 20 años vivió esta espía de la KGB en Montevideo, residiendo en la calle Blanes, en la torre del Rex, en la calle Colonia, en la calle Brito del Pino, en el entonces encantador Barrio Jardín, en la calle Williman. Todavía quedan quienes recuerdan a esa modista tan lúcida que hasta podía darse el lujo de hablar de modo casi excluyente de tortilla de patatas.
Desde que se instaló en Moscú en 1967 fueron pocas sus salidas al exterior (aunque se supone que volvió a Montevideo al menos en dos ocasiones). La llegada de la vejez determinó que, a partir de 1971, África se dedicara a instruir agentes. Permaneció en la KGB hasta 1985 y murió en Moscú tres años después.
Un valioso testimonio sobre esta peculiar española brinda hoy Olga Montero, una intelectual uruguaya que, más allá de toda la información que se supo años después, no puede dejar de recordarla “con afecto y simpatía”.
Montero conoció a María Luisa -como se hacía llamar en Montevideo– de modo casi accidental, a través de una amiga en común, Monona Methol, esposa por entonces del filósofo Alberto Methol Ferré. En esos días, Montero debía mudarse y se lo comentó a su amiga. Esta le habló entonces de María Luisa, una española que se marchaba de Uruguay y vendía su casa en la calle Williman.
Conversa de modo pausado y da datos que ilustran un momento de la ciudad e informan sobre la pareja que nos ocupa. “Mi conocimiento con María Luisa fue una mera casualidad”, señala y añade que África daba una imagen convencional, era literalmente “una española con aire doméstico”.
Independiente de ello, Montero supo intuir el encanto de María Luisa, “su enorme simpatía y la adoración que sentía por algunos niños que vivían en las viviendas próximas.” Para Montero es necesario tener presente que África era una mujer muy querida, una mujer que realizaba reuniones en su casa y a las que concurría gente de la alta cultura. Es más, no recuerda otra cosa que manifestaciones de afecto hacia la española (por algunos recordada como 'la gallega').
Olga Montero y María Luisa Las Heras debieron verse varias veces por lo referente a la compra de la casa. Montero quedó encantada con la residencia. Compró la casa con muebles, ya que María Luisa no tenía interés en llevarse nada. “Todos los elementos que dejó eran muy funcionales, denotaba en los hechos un espíritu práctico”, señaló. Jamás vio nada que le hiciera inferir que allí se desarrollaran actividades de espionaje o algo similar. “Mi recuerdo de María Luisa es excelente”, dice de modo enfático una vez más.
Fernando Loustaunau es periodista, escritor y crítico de arte uruguayo.
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