Las discusiones sobre en qué alfabeto debía basarse la escritura rusa se remontan a cuando Pedro I introdujo para sus súbditos el nuevo alfabeto civil, en lugar del eclesiástico. Muchos científicos occidentales suponían que el zar reformador acabaría de completar la transformación de la vida rusa a los usos europeos transliterando la lengua rusa con el alfabeto latino. Pero eso no ocurrió.
Sin embargo, el proyecto de romanización de la lengua rusa fue recuperado tras la Revolución de Octubre de 1917, puesto que respondía perfectamente a la concepción de Lenin y Trotski sobre la creación y la importación de la cultura proletaria universal en el marco de la futura revolución mundial.
Según el Comisario del Pueblo de Instrucción, Anatoli Lunacharski, el alfabeto latino facilitaría considerablemente el estudio del ruso “como lengua proletaria de todos los países”: “La necesidad o la conciencia de lo imprescindible que es aligerar un alfabeto absurdo, agravado por reminiscencias históricas y prerrevolucionario es algo que todas las personas más o menos cultas sienten”.
Pero Lenin no se apresuró a introducir el alfabeto latino para la lengua rusa: “Si empleamos a toda prisa un nuevo alfabeto o introducimos rápidamente el latino, que después de todo tendrá que adaptarse al nuestro, podemos cometer errores y crear un espacio superfluo sobre el cual se abalanzará la crítica, hablando de nuestra barbarie, etc. No dudo en que llegará el momento en que se romanice la escritura rusa, pero ahora no es prudente actuar con precipitación”, respondió en una carta personal dirigida a Lunacharski.
No obstante, el Comisariado del Pueblo de Instrucción, encabezado por Lunacharski, llevó a cabo una importante reforma de la lengua rusa: el alfabeto ruso prerrevolucionario fue limpiado de una serie de letras “superfluas” (así, por ejemplo se sustituyó la letra ѣ (yat) por la e, la letra i por la и, la letra Ѳ por la ф), se redujo el uso de la letra ъ (signo duro), que antes de la Revolución se escribía obligatoriamente en posición final en todas las palabras acabadas en consonante. Hay que señalar que, para su reforma, los bolcheviques utilizaron proyectos ya desarrollados en tiempos de Nicolás II en la Academia Imperial de las Ciencias en 1904, 1912 y 1917.
En cuanto al proyecto de romanización de la lengua rusa, no se opusieron los bolcheviques ni los lingüistas adscritos a ellos. El poder soviético aspiraba a atraer, tanto en el centro como en la periferia, a cuantos más partidarios mejor y, por eso, trataba de demostrar por todos los medios su disposición a conceder a los pueblos de Rusia el máximo de libertad, hasta en la elección del alfabeto.
El alfabeto ruso, mal adaptado “a los movimientos del ojo y de la mano del hombre contemporáneo”, fue declarado una “reliquia de las artes gráficas clásicas de los siglos XVIII-XIX de los señores feudales, terratenientes y burgueses” y “las grafías de la opresión autocrática, la propaganda de misioneros, el nacional-chovinismo ruso”.
Del alfabeto ruso, “portador de la rusificación y del yugo nacional” por parte del zarismo y de la ortodoxia, se suponía que se desharían primero los pueblos ortodoxos no eslavos del antiguo imperio, ya que no tenían una tradición escrita en alfabeto cirílico (los komi, los carelios, etc.)
“La transición al alfabeto latino libera definitivamente a las masas trabajadoras de cualquier influencia de los contenidos burgueses-nacionales y religiosos en la producción impresa prerrevolucionaria”, se decía en el acta de la sesión de una de las comisiones para la romanización. Al mismo tiempo también se preveía transliterar a alfabeto latino todas las lenguas de los pueblos musulmanes de la Unión Soviética que utilizaban el alfabeto árabe (con el objetivo de eliminar la instrucción coránica y el impacto de la educación religiosa islámica), así como las lenguas que tenían sus propios sistemas de escritura: georgiano, armenio, calmuco, buriato, etc.
Una vez acabada la guerra civil en 1922, en la Unión Soviética se desarrolló una construcción lingüística única por su envergadura (la korenización o la indigenización), que proclamaba el derecho de todo pueblo, incluso el más pequeño, a utilizar su lengua local en todas las esferas de su nueva vida socialista.
El nuevo gobierno dedicó una gran cantidad de recursos a crear alfabetos, diccionarios, libros de texto y a formar profesorado: obtuvieron una autonomía completa de la lengua incluso las unidades territoriales más pequeñas, los selsovieti o consejos soviéticos rurales (¡con un mínimo de 500 habitantes!), lo que condujo a la aparición en el mapa de la Unión Soviética de una multitud de entidades lingüísticas nacionales de lo más extrañas. Así, por ejemplo, en 1931, en el territorio de la república socialista de Ucrania, junto con los selsovieti ucranianos, rusos, hebreos y otros nacionales, existían más de cien selsovieti alemanes, trece checos… ¡y uno sueco!
Como resultado, en un plazo de tiempo muy breve se crearon alfabetos estandarizados en latín para decenas de pueblos analfabetos o poco alfabetizados de la Unión Soviética que, enseguida y categóricamente, se introducían en los pueblos. Se transliteraba mediante el uso de los nuevos alfabetos toda la documentación, las publicaciones periódicas y los libros impresos.
Pero muy pronto la situación cambió drásticamente. Cuando el poder lo aglutinaban ya los círculos del Partido, Stalin favoreció su visión de cómo debía desarrollarse el Estado soviético, que distaba tanto de los puntos de vista del líder de la Revolución (Lenin) como de los de sus oponentes Lev Trotski, Lev Kámenev y Grigori Zinóviev.
Stalin sentía mucho menos entusiasmo por la idea de exportar la revolución, considerando más factible crear un poderoso Estado socialista en un territorio que se ajustara lo máximo posible a las fronteras del antiguo imperio. Es lógico que, poco a poco, desde principios de la década de 1930, en la Unión Soviética empezaran a restaurarse parcialmente muchos fenómenos, normas y relaciones sociales adoptadas en la Rusia prerrevolucionaria y, a su vez, muchas novedades aportadas por la Revolución fueron declaradas “desviaciones de oportunistas de la izquierda” e “inclinaciones trotskistas”.
Además, la crisis mundial dictaba condiciones: era necesario recortar los enormes gastos que conllevaba reimprimir el viejo legado cultural con los nuevos alfabetos y que exigían las constantes reformas.
En enero de 1930, la comisión para la romanización, encabezada por el profesor Nikolái Yakovlev, preparó tres proyectos finales de latinización de la lengua rusa, que en tiempos del Comisariado del Pueblo de la Instrucción de Lunacharski (1917-1929) se consideraba 'inevitable'.
No obstante, el Politburó, con Stalin a la cabeza, rechazó categóricamente, y para muchos de un modo inesperado, estos proyectos y prohibió que en lo sucesivo se gastara en esta empresa esfuerzos y dinero. En algunas intervenciones públicas de años posteriores Stalin subrayó la importancia de estudiar ruso para la construcción del socialismo en la Unión Soviética.
Y desde 1936 las lenguas romanizadas de la URSS se empezaron a transliterar masivamente al alfabeto cirílico con el objetivo de acercar las lenguas de los pueblos de la Unión Soviética a la lengua rusa, mientras que los alfabetos latinizados fueron declarados a su vez “no concordantes con el espíritu de los tiempos” o incluso “nocivos”.
La autonomía lingüística en múltiples niveles, brotada como una flor impetuosa en los albores de la URSS, se suprimió con celeridad y en todas partes, dando paso a una lengua rusa “reafirmada en sus derechos”. El 13 de marzo de 1938 se publicó el decreto del Comité Central del Partido comunista Pansoviético (de los bolcheviques) “Sobre el estudio obligatorio del ruso en las escuelas de las repúblicas nacionales y de las regiones”.
Los intelectuales de los pueblos de la Unión Soviética que se opusieron al sistema de representación de sus lenguas mediante el uso del alfabeto cirílico (cirilización) fueron sometidos a la represión. El proceso de enaltecimiento de la lengua rusa y del pueblo ruso en la década de 1930, bajo el poder de Stalin, sólo tomaba impulso. En los años de la Segunda Guerra Mundial la importancia de dominar el ruso por parte de todos los ciudadanos de la URSS sin excepción se convirtió en una verdad absoluta.
Después de la guerra, en 1945, se publicó el famoso libro del académico Vinográdov, La gran lengua rusa, en el que el autor, fiel al estilo de los ensayistas prerrevolucionarios imperiales, señalaba que “la grandeza y el poder de la lengua rusa son universalmente reconocidos. Este reconocimiento ha penetrado profundamente en la conciencia de todos los pueblos, de toda la humanidad”.
A finales de la década de 1940, el ruso pasó a ocupar un lugar muy relevante en el mundo, sin precedentes en su historia: se convirtió en una de las lenguas de trabajo de las Naciones Unidas y luego también del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAEM) y se convirtió en lengua de estudio obligatoria en las escuelas e instituciones superiores de todos los países socialistas.
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