Dibujado por Natalia Mijáilenko
La isba, una cabaña tradicional de madera y el tipo principal de vivienda de los campesinos rusos, aparece con frecuencia en el folklore. Baba Yagá, la arquetípica bruja eslava, vive en una isba sobre dos patas de pollo. El héroe épico, Ilía Muromets, pasó 33 años de su vida en una isba, tumbado sobre la estufa, antes de salir para salvar a su país de las fuerzas del mal. Al mismo tiempo, la isba era una vivienda real, común para muchas generaciones de rusos, como lo son para nosotros nuestros apartamentos. Veamos lo que la historia de la isba nos cuenta sobre la vida rusa.
La construcción de una isba comenzaba con un sacrificio: según las creencias paganas, una vida debe ser entregada en el lugar donde se construyese la casa, por lo que normalmente se le cortaba la cabeza a un pollo y se enterraba en la esquina más importante.
Hoy en día, en las ciudades, el ritual aún existe en una forma suavizada: un gato debe ser la primera criatura que entre en un nuevo piso. Algunas familias incluso piden prestados gatos para esta ocasión.
La piedra escaseaba en Rusia y las isbas se construían de madera de pino o de abeto. Normalmente no tenían cimientos, solamente un suelo de madera, excepto en las regiones pantanosas, donde se usaban tocones de árbol como base; de ahí las patas de pollo de la cabaña de Baba Yagá. Un tejado a dos aguas, cubierto de heno, era también un rasgo característico de la isba. Al principio, las ventanas eran solamente aperturas en las paredes para la ventilación, cubiertas con tablas o piel de animales. Solo en los siglos XVIII y XIX empezaron a aparecer con ‘red’ (esto es, ‘hermosas’) ventanas de cristal con marcos decorados. Bajo las ventanas, en bancos, solían sentarse por las tardes las bonitas jóvenes campesinas y las bábushkas (abuelas) para hilar, mirar a los caminantes y contarse los cotilleos del pueblo.
La puerta de la isba estaba normalmente en una pared lateral o en la parte de atrás. La puerta siempre ha sido un portal entre el mundo interior y exterior. Incluso hoy, los rusos no se estrechan las manos o se pasan cosas bajo el umbral y tratan de no mirar dentro de una casa a través de la puerta abierta. El umbral, las jambas y el dintel eran lugares de una gran importancia mágica: esta es la razón por la que se metían una cuchilla o una hoja de ortiga en la jamba, para proteger la casa de espíritus y brujas.
Una isba típica está compuesta de una única habitación (unos 80 m2 aproximadamente), donde los campesinos cocinaban, comían y dormían; su centro neurálgico era la estufa. Hechas de ladrillos o terracota, las estufas se colocaban en una base independiente, para que la casa no se escorase hacia un lado. Dentro de la base de la estufa se guardaban platos y utensilios de cocina.
La estufa rusa no tiene encima hornillos para cocinar; es un sistema de calefacción que sirve también como horno. Debía tener una gran capacidad, ya que se encendía solo una vez al día, por la mañana, y funcionaba durante todo el día como un acumulador de calor. Por la noche aún estaba agradablemente templada, por lo que era el sitio para dormir más acogedor de la isba.
En invierno, el interior de la estufa servía de baño: era lo suficientemente grande para que cupiese un hombre adulto. La estufa era también el lugar donde se pensaba que residía el 'domovoi', el espíritu de las casas rusas. Preservaba la paz y la abundancia en la familia; por tanto, había que complacerlo y alimentarlo regularmente. Pero aun así era considerado impuro; por eso, la estufa se situaba en el lugar opuesto al rincón de los iconos.
En este rincón, los iconos y sus lamparillas se colocan en los estantes bajo el tejado. A la mesa, el lugar debajo de los iconos estaba reservado al padre de la familia. En la mayoría de las isbas vivían hasta diez personas, por lo que se estaba terriblemente apretado.
De noche, los bancos utilizados para comer servían también para dormir, ya que no había apenas sitio para una cama. Los niños podían dormir en tablas colocadas sobre la estufa, llamadas 'polati'. Los campesinos dormían bajo cubiertas de fieltro, con la cabeza hacia el rincón de los iconos. Las almohadas eran un lujo.
La ropa de cama apareció en las casas de campo rusas solo en la segunda mitad del siglo XX. Para esa época, ya había electricidad en el campo, y la radio y la televisión habían reemplazado a la rueca y el huso y la lectura de la Biblia como pasatiempos. Retratos de Yuri Gagarin, el primer hombre en el espacio, se colgaban en las paredes de madera de las viejas isbas. En la actualidad la isba ya no es el principal tipo de vivienda en Rusia, pero su herencia pervive en la conciencia rusa. “Vamos a empezarlo por la estufa”, dicen los rusos cuando quieren comenzar algo desde el principio.
Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: