En un momento de grandes tensiones internacionales la memoria de la tragedia puede servir para no repetir los errores del pasado. Fuente: AP
La Primera Guerra Mundial (1914-1918), uno de los acontecimientos de la historia más grandes, cruciales y trágicos. Una catástrofe sin precedentes que causó millones de pérdidas humanas, la caída de algunos imperios poderosos, el establecimiento de nuevos estados nacionales y un cambio radical de todo el sistema de las relaciones internacionales. Influyó todo el desarrollo posterior de los acontecimientos mundiales. Según la expresión del gran poeta ruso Borís Pasternak, “1913 fue el último año en que resultaba más fácil amar que odiar”.
Rusia fue uno de los protagonistas clave de aquella guerra, aunque se vio involucrada en contra de su voluntad, partiendo no de sus intereses nacionales sino por la presión de las obligaciones con respecto a sus aliados. Incluso después de los disparos de Sarajevo, hasta los últimos días de julio de 1914, Rusia hizo todos los esfuerzos posibles para la resolución diplomática del conflicto entre Viena y Belgrado. Sin embargo, la resistencia -completamente natural- por parte de Serbia a aceptar por completo el ultimátum austriaco que prácticamente le privaba de su soberanía y la agravación de las pulsiones agresivas de Austria-Hungría alentadas por Alemania predestinaron el carácter fatal de la “crisis de Sarajevo”: el 1 de agosto Alemania declaró la guerra a Rusia.
Muchos en Europa han olvidado que Rusia fue uno de los protagonistas tanto de la Entente como de la Primera Guerra Mundial en conjunto. El frente oriental (ruso) atrajo entre el 42 y el 45% de las fuerzas totales del bloque austro-alemán a las que también se sumaron once divisiones turcas.
Fue Rusia, con su rápido avance por los territorios de Prusia oriental en los primeros meses de la guerra, la que echó por tierra los planes del mando alemán, que contaba con una guerra relámpago en el frente occidental. Rusia permitió así que Francia resistiera y estabilizara el frente, hecho que obligó a Alemania a hacer la guerra en dos frentes, lo que desembocaría en una inminente derrota, habida cuenta de la evidente superioridad estratégica de las fuerzas anglo-franco-rusas.
La potente ofensiva del Ejército ruso salvó por tanto la Entente de la derrota ya en la primera etapa de la guerra. Después, Rusia tuvo que “dividirse” entre la ejecución de los propios deberes como aliado y la realización de sus propios objetivos estratégicos. Rusia salvó dos veces a Francia (con la ofensiva del lago de Naroch, en 1916, y con la ofensiva de junio de 1917), salvó dos veces a Serbia (con la batalla de Galitzia en 1914 y con la operación de los Cárpatos, en 1915), salvó a Italia con la ofensiva Brusilov en 1916 y salvó a Rumanía (formando especialmente para ello un frente entero).
El último ataque masivo alemán, el del frente oriental en la primavera de 1918, se desmoronó también a consecuencia de que 50 divisiones y casi toda la caballería alemana seguían en las fronteras de Rusia, que para entonces ya había salido de la guerra.
Sin embargo, Rusia no siempre pudo contar con un apoyo recíproco por parte de los aliados. En esto se manifiesta uno de los rasgos típicos del pueblo ruso: el espíritu de sacrificio, la disposición a dar la vida por los amigos.
Rusia pagó por su heroísmo un precio muy alto. Entre muertos y heridos, en la sangrienta contienda el país perdió cerca de seis millones de soldados. Los días de la insurrección patriótica y de la gloria bélica dieron paso a los “días malditos”: el país se sumió en el caos de la revolución y de la guerra civil.
Con la llegada al poder de los bolcheviques, que apoyaron la derrota del propio estado en la “guerra imperialista”, Rusia se encontró en una situación sin precedentes: después de haber ofrecido en el altar de la victoria un tributo incomparablemente superior al de los otros, perdió incluso el estatus de “potencia vencedora” al deponer las armas un par de meses antes de la capitulación de Alemania.
En el periodo soviético de la historia rusa, la Primera Guerra Mundial se relegó a los márgenes de la conciencia colectiva. Ahora, en Rusia, con el apoyo activo del gobierno del país, se ha emprendido un movimiento social con vistas a la recuperación y al cuidado de la memoria histórica del valor y el sacrificio de los participantes en las operaciones militares. Se ha creado un comité organizador con motivo del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial y se ha tomado la decisión de construir en Moscú, en la colina Poklónnaia, un monumento a sus héroes. A este trabajo han contribuido activamente las comunidades científicas, históricas y militares. Rusia, además, tiene intención de participar en los eventos internacionales dedicados al centenario de la Primera Guerra Mundial.
El 27 de julio de 2014, por iniciativa de Italia, en el Complejo memorial de los héroes de la Primera Guerra Mundial, durante la cual se depositó una corona a los pies del monumento a los caídos, se tocó la melodía militar “Otbói” (Retirada) a modo de último saludo a las víctimas mortales. Homenajes parecidos se han llevado a cabo en los lugares consagrados a la memoria de todos los países que participaron en la Primera Guerra Mundial. En Italia la celebración tendrá lugar en la meseta de Folgaria, donde durante la guerra se apostaron los cuantiosos refuerzos austriacos.
Partimos de la idea de que se debe trabajar conjuntamente para comprender el pasado y no para hacer cuentas históricas, con la interminable revelación de los vencedores y vencidos, de los héroes o antihéroes de la historia.
Debemos custodiar la memoria de esta tragedia para evitar que se repita un absurdo derramamiento de sangre semejante, para buscar de manera más activa la solución de los problemas actuales de seguridad mediante instrumentos pacíficos y diplomáticos, sin caer en espirales de violencia. Esto atañe, en primer lugar, a dos puntos actualmente “calientes” del mapa del planeta: Ucrania y la franja de Gaza.
Serguéi Razov es el embajador de Rusia en la República Italiana.
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