Pablo Picasso y Olga Khokhlova, 1920-s
Archive photoNació en 1891 en la ciudad de Nizhyn (actualmente en Ucrania) en una familia de un famoso militar y aristócrata. De niña, Olga Jojlova vio una obra de madame Shrossont y en ese momento tomó la firme decisión de que tenía que estudiar en una escuela de ballet. Se esforzó estirando la pierna en el potro, pero sus padres afirmaron que aquella no era una afición digna para la hija de unos aristócratas. Asimismo, los profesores de la escuela no consideraban que tuviera ningún talento.
Superando todas las expectativas, el famoso organizador de los ballets rusos, Serguéi Diághilev le echó el ojo y la invitó a su compañía. A pesar de que sus papeles se limitaban al “corps de ballet”, incluso ahí su presencia se hacía notar. Se destacaba del grupo de bailarinas con un toque que parecía aristocrático. Se dice que era precisamente eso lo que Diághilev valoraba en las bailarinas.
Olga Jojlova, 1916. Fuente: Archivo
En 1916 se encontró entre las 60 afortunadas que fueron a París a bailar con los famosos Ballets Rusos. A partir de entonces para la casera y romántica Olga comenzó una vida completamente diferente.
Para preparar los atuendos y decoraciones para el polémico ballet “Parad”, Diághilev invitó a Pablo Picasso, que por entonces tenía 36 años y era el pionero de una revolucionaria corriente artística: el cubismo. También era conocido como un provocador del que todo el mundo hablaba en los cafés más bohemios. Para un ballet tan innovador se necesitaba un pintor de estas características.
Si bien no solo era un halo de fama lo que cubría al malagueño. A los 36 años había roto el corazón a cientos de mujeres, celebrado orgías en Montmartre y vivido locuras impensables en Bateau-Lavoir.
A su lado Olga era la auténtica personificación de la pureza. Una aristócrata llena de feminidad y modales exquisitos, joven y cándida. Cualquiera diría que parecía creada para ser fiel y querida. Picasso se lanzó a por su “presa”. Cegado por sus sentimientos, estuvo dispuesto incluso a casarse, a sabiendas de que una aventura casual no lo satisfaría. Durante su vida ya había tenido muchas mujeres y ahora era reconocido y pudiente. ¿Por qué no sentar la cabeza con una esposa joven, hermosa y bien educada?Regresar a una Rusia en plena revolución era peligroso y muchos solistas de la compañía de Diághilev permanecieron en Europa, Olga entre ellos. Además, estaba dispuesta a aceptar la proposición del pintor. ¿Sabía la peligrosa trampa que se cernía sobre ella en ese momento?
En junio de 1918 Pablo y Olga contrajeron matrimonio en el templo ortodoxo de San Alexander Nevski de París, en la Rue Daru. Según el acuerdo matrimonial que firmaron, en caso de divorcio Olga recibiría la mitad de todos los bienes del pintor.
Olga Jojlova, Pablo Picasso y su hijo Paulo. Fuente: Archivo
Los primeros años de convivencia transcurrieron sin sobresaltos. A los tres años nació su hijo Paulo. Olga se benefició de su vida con Picasso: amuebló con estilo su piso de París, contrató un chófer y sirvientes, compró costosas joyas y conoció a la élite de la sociedad francesa. Desde pequeña estaba preparada para llevar una vida así y había conseguido su objetivo. Pablo Picasso empezó no dudaba en satisfacer los deseos aristocráticos de su mujer.
Jojlova influyó enormemente en el desarrollo artístico del pintor. A ella, que desde la infancia estaba acostumbrada al arte clásico, le horrorizaba el cubismo. Picasso pintó cuadros de Olga y de su hijo en estilo neoclásico, ya que su esposa quería reconocer su cara y no tener que buscarla entre extrañas figuras geométricas.
Olga estaba satisfecha con su tranquila y burguesa vida familiar. ¿Pero qué sentía Picasso? Era como un depredador al que intentan amansar. Pasó de ser un juerguista, extravagante y revolucionario del arte a un aburrido pintor de salón, por influencia de Olga. Sus exposiciones empezaron a llenarse de damas en abrigos de piel y generales condecorados.
Empezó a añorar sus locas noches en Montmartre. Cuando dibujaba un nuevo retrato clásico echaba de menos sus experimentos cubistas. La propia Jojlova y el idilio que ella había creado empezaron a ser una carga para el pintor.Al darse cuenta de que Picasso sentía la necesidad de regresar a su antiguo ambiente, Olga se puso muy celosa. En 1927 apareció una nueva distracción en la vida del artista: una joven de 17 años llamada Marie-Thérèse Walter. Con más frecuencia empezó a dibujar a Olga como una vieja con los pechos diminutos o bien como un caballo. Un día la joven musa se presentó en su portal con un bebé en brazos y declaró que el niño era del artista. A Olga se le terminó la paciencia y pidió el divorcio. Picasso le debía ceder la mitad de sus bienes, incluidos los cuadros, por lo que se negó a cumplir su parte. Oficialmente permanecieron casados hasta que falleció Jojlova.
La frialdad e indiferencia de su cónyuge y los celos que no fueron lo peor para Olga. El verdadero infierno para ella fue lo que ocurrió tras la ruptura. Le contó a todo el mundo que su exmujer era una loca histérica, oportunista y avariciosa que le exigía demasiado. Declaraba que no tenía talento y que era una don nadie. Por su parte, ella continuó viviendo de los recuerdos de su antigua felicidad y odiaba a las nuevas amantes de Picasso, aunque no a él mismo. A diferencia de las posteriores conquistas románticas de Picasso, tampoco dejó memorias polémicas sobre su vida familiar y prefirió guardar todo en secreto.
Picasso tuvo una vida más larga que todas sus mujeres y amantes. Hubo algunas que se suicidaron, otras murieron de cáncer o perecieron en la pobreza y el anonimato. Muchas vivieron con la esperanza de que Picasso volviera.
Olga Jojlova. Fuente: Archivo
Una de las musas de Picasso, Françoise Gilot, recordó cómo Olga, presuntamente, perseguía a Pablo de manera frenética. Su dependencia psicológica, los sufrimientos ocasionados por las infidelidades y la ruptura crecieron hasta atormentarla. Posteriormente tuvo un cáncer.
Olga pasó sus últimos años en soledad. Sufrió un infarto que la incapacitó para caminar. Falleció a los 63 años y fue enterrada en Cannes, en el cementerio Grand Jas. Picasso no se presentó en el funeral. Estaba demasiado ocupado pintando.
Ella había nacido para ser feliz en familia y estar tranquila, pero en lugar de eso se convirtió en la domadora de una bestia salvaje, que solo al principio permaneció callada junto a sus pies. En vano pensó que podría amansarla. La bestia terminaría rompiendo las cadenas y Olga persistiría en su añoranza de aquella ilusión que observó al comienzo.
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