Nadie es perfecto y hasta las gente más brillante tiene que luchar contra sus debilidades. En las biografías de los más grandes poetas y escritores de Rusia vemos que ellos también son de carne y hueso. Te presentamos algunos momentos difíciles de la vida de estos autores.
Dostoievski (1821–1881) es famoso por sus profundas novelas psicológicas, que reflejan lo más oscuro del alma humana. Él mismo tuvo una vida difícil y una de las bestias negras contra las que luchó fue la adicción al juego. En 1862, mientras estaba de vacaciones en Alemania, el escritor jugó a la ruleta y su pasión por ella lo consumió.
Durante una década Dostoievski trató de jugar como si fuera un loco, con la intención de ganar mucho dinero, pero lo único que ocurría es que lo perdía. Su mujer Anna, lo recordaba: “Solía volver a casa pálido y exhausto, pidiendo dinero, volvía al casino... una y otra vez. Perdió todo lo que teníamos. Solía llorar, se arrodillaba ante mí y me pedía perdón”.
El escritor también comprendía su debilidad. “Mi naturaleza es vil y demasiado apasionada”, escribió a un amigo, al que le pedía dinero después de perderlo todo en la ruleta. Aunque era lo suficientemente fuerte como para sobreponerse a la adicción. Después de 1871, cuando nació su primer hijo, no volvió a jugar nunca más a la ruleta. Antes, en 1866, había escrito una novela en la que reflexionaba sobre su adicción: El jugador.
Durante toda su vida, Lev Tolstói (1828–1910), aristócrata y humanista, luchó contra su obsesión por las mujeres. “Tengo que acostarme con mujeres. Si no lo hago, la lujuria no me deja ni un minuto”, escribió en su diario en 1853. Tuvo muchas relaciones extramatrimoniales, desde nobles hasta campesinas, y tuvieron que tratarlo al menos en dos ocasiones por enfermedades venéreas.
Debido a sus altos estándares morales –que Tolstói era incapaz de seguir– el escritor tenía un sentimiento de culpa permanente. Sus diarios están llenos de notas de penitencia: “Soy asqueroso”. Comenzó a sentar la cabeza después de casarse con Sofía en 1862. En 1890 escribió una novela La sonata a Kreutzer, en la que critica las relaciones sexuales y llama a la castidad.
El poeta que alababa la pacífica vida rural y la naturaleza rusa, Serguéi Yesenin (1895–1925), tuvo serios problemas de alcoholismo y se suicidó tras una profunda depresión provocada por la bebida. Tal y como recuerdan sus amigos, su imagen pública de vividor al que le gustaba tomarse una copa tras otra, era solo una pose y la adicción acabando conquistando al poeta.
“Me he envenenado a mí mismo con este amargo veneno... los ojos azules están mojados de vodka”, escribió sobre sí mismo, un año antes del suicidio. Su amigo Vladímir Cherniavski lo citaba: “Cómo no lo entiendes... no puedo dejar de beber... si no bebiera no sobreviría...” Finalmente, no lo hizo.
Yesenin no es, ni mucho menos, el único escritor ruso con problemas de este tipo. También los tuvieron Alexander Fadéiev, director de la Unión de Escritores Soviéticos, el disidente Venedikt Yeroféiev y Serguéi Dovlátov, que emigró de Leningrado a Nueva York. Fadéiev se pegó un tiro, mientras que los otros dos murieron a una edad, relativamente, joven.
Bulgákov (1891–1940), famoso por su novela mística El maestro y Margarita y otras grandes obras, no escogió la vida de un adicto a las drogas. Se hizo adicto a la morfina de manera accidental, mientras trabajaba como doctor en la Rusia de provincias en 1917. Tuvo que comenzar a tomarla para detener el dolor que le provocaba una infección.
“Cada día se despierta y me dice: ‘Ve a la droguería, tráeme morfina’”, recordaba Tatiana Lappa, la primera mujer del escritor. “Tenía que ir por el pueblo para encontrar un poco y él me esperaba, desalentado y asustado, pidiéndome siempre que no lo llevara al hospital”. Sin la morfina el escritor podía ser peligroso. En una ocasión le tiró una lámpara a su mujer y también estuvo a punto de dispararla.
Lappa ayudó a Bulgákov a recuperarse, reduciendo la dosis poco a poco. Posteriormente Bulgákov escribió una novela llamada Morfina en la que narraba su adicción. Al contrario que él, el protagonista se suicida sin nadie al lado. Lappa hizo que Bulgákov no acabara así, pero, a pesar de ello, el escritor la dejó.
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