‘Atardecer estivalval’
Los últimos destello del ocaso
yacen entre los campos de centeno.
Dormita con un hálito rosado
la hierba no segada de un lindero.
Viento no hay, los pájaros no gritan,
sobre los árboles el disco lunar rojo,
se difumina el canto de la vida
en este atardecer tan silencioso.
Olvida tus pesares y tristezas,
cabalga, sin marcarte ruta alguna,
a nieblas y recónditas praderas,
en busca de la noche y de la luna.
1898. Traducción de Joaquín Torquemada Sánchez.
Mucho se ha escrito sobre las diferentes facetas de este poeta, dramaturgo y escultor (San Petersburgo, 1880 – Íbidem, 1921), máximo representante del simbolismo ruso y conocido por sus contradicciones. Noble, defensor de la Revolución, místico y libertino son algunos de sus adjetivos.
Blok era intrínsecamente poliédrico. Recibió una exquisita educación, bajo el seno de una familia perteneciente a la nobleza rural. Su primer poemario fue Versos sobre la bella dama, colección que contenía una poesía idealista y vitalista inducida por su matrimonio con Liubov Mendeléieva, hija del químico ruso creador de la tabla periódica, Dmitri Mendeléiev. Le siguieron los poemarios La ciudad y Máscara de nieve, esta vez, cargados de versos desprovistos de su anterior idealismo que describían la realidad de manera mucho más prosaica, influenciado por sus visitas a los bajos fondos bohemios y las noches de borrachera y promiscuidad. Más adelante, publica Patria y Los escitas, con Rusia y su destino como centro de sus reflexiones. Su última publicación fue Los Doce, balada provocativa escrita durante la Revolución de 1917.
De su padre, de origen alemán, Alexánder Blok había heredado un apasionado romanticismo y una tendencia, a veces enfermiza, a los extremos. No obstante, fueron los miembros de su familia materna, los Béketov, quienes más influyeron en él. Los Béketov eran aristócratas eruditos venidos a menos, nobles ilustrados y mesurados, ligeramente inclinados al liberalismo y a una cierta conciencia social, aunque siempre desde una base tradicional, rural e idealista.
‘A mi madre’
Silencio. Cada vez más pronunciado,
inútil estandarte descendente.
Tan solo una veleta en el tejado
canta sobre el futuro dulcemente.
Las alas desplegadas hacia el cielo,
por el humo y el sol amedrentado,
un pobre gallo, encanto y desconsuelo,
en el profundo azul cae derribado.
Resalta en el redondo tragaluz
mi rostro por un nimbo engalanado.
Rostro como de cera en su quietud,
ingenuo, sencillo y bien formado.
Muere la lejanía en la neblina,
arde la brea el aire perfumando…
Y una dulce canción que me fascina:
¡Canta, veleta, gallito estañado!
1905. Traducción de Joaquín Torquemada Sánchez.
Ilustración para página de teatro de Aleksandr Blok, de Konstantín Sómov.
Dominio públicoBlok encontraba belleza en todo lo ignoto y misterioso. Aquello que todavía no había sucedido era su salvación. La musicalidad envolvía su imaginación desbordante de sensualidad.
Si Alexánder Blok hubiera nacido en Francia, habría sido un surrealista de manual: antiburgués, antirracional, intuitivo, creativo, sensible y brillante, se había autoexiliado mentalmente a otros mundos porque la realidad no le parecía suficiente.
De principios democráticos y alma bohemia, a veces destilaba una arrogancia aristocrática. Patriota afligido por el destino ruso, gustaba de diferenciar entre el pueblo y sus dirigentes de una manera muy romántica. El pueblo ruso, portador de esperanza, cargaba sobre sus hombros con el peso de la creación de un nuevo mundo, una vez derrumbada la idealizada nobleza rural.
El principal enemigo de Blok era la moral burguesa de las clases medias europeas (como expone en su célebre poema Los escitas), a las que consideraba faltos de los antaño grandes ideales que llevarían a la felicidad universal imaginada por Dostoievski. Profetizaba la decadencia de Europa en pos de un auge de culturas que sí supieran conservar sus tradiciones. No sólo cargaba contra la burguesía: gran parte de miembros de la intelectualidad tampoco convencían al escritor, por ser, precisamente, abanderados del pensamiento burgués.
Blok era inconformista, tradicional, desclasado, antimoderno, místico, pesimista, libertino, idealista, revolucionario y quasi dandi. Todos estos adjetivos convivían pacíficamente en su interior. Condenado a su naturaleza y envuelto en un halo de misticismo euroasiático, a semejanza de los leopardos de las nieves que vigilan con su mirada clara las remotas cordilleras de Asia Central, lejos del mundanal ruido, Blok miraba continuamente a un paisaje de sinfonía difusa pintada sobre un nublado amanecer, acompañado por su soledad y aguardando siempre el próximo acontecimiento. Su vida fue una melodía exaltada que buscaba continuamente la belleza, siempre la belleza.
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