El padre de Alejandro fue Nicolás I, uno de los monarcas más conservadores de la historia de Rusia. Debido a su severidad fue apodado “Palkin” (derivado de “palka” (palo), ya que en esa época los golpes con un palo eran un castigo habitual). Tras aplastar sin piedad las revoluciones en Austria-Hungría, se le conoció como “el gendarme de Europa”.
La derrota en la Guerra de Crimea (1853-1856) mostró que la Rusia conservadora se estaba quedando atrasada con respecto a las potencias europeas. Los cambios eran necesarios. Alejandro, tras acceder al trono en 1855, era muy consciente de esta necesidad.
La historiadora Larisa Zajárova, en su libro sobre las reformas de Alejandro, escribió: “ Alejandro II se convirtió en un reformista sin serlo realmente, como respuesta a las necesidades de la época, como hombre de mente clara y buena voluntad”.
Antes de que se aboliese la servidumbre en 1861, los campesinos rusos vivían como esclavos. Los señores eran propietarios absolutos de las vidas de sus siervos: podían pegarles hasta la muerte, venderlos o perderlos en una partida de cartas.
Tras la reforma, el zar concedió a los campesinos libertad individual pero la mayor parte de la tierra en la que trabajaban seguía siendo propiedad de los señores. Para convertirse en dueños de su tierra, los campesinos debían comprársela a los señores. Para muchos de ellos este proceso se alargó durante décadas.
El liberalismo del zar se reflejó no solo en la abolición de la servidumbre. Durante su reinado se introdujo el sistema de autogobierno local, se relajó la censura, y se redujo y modernizó el ejército. Perfeccionó el sistema de educación superior, con lo cual las universidades recibieron una mayor autonomía. La modernización también afectó a los tribunales y al sistema financiero.
En la época de Alejandro, el imperio ruso se amplió considerablemente: en Asia Central, los territorios bajo soberanía rusa pasaron a extenderse hasta Irán; en el Extremo Oriente, hasta el Océano Pacífico. Durante su reinado, fue definitivamente sometido el Cáucaso Norte, pero al mismo tiempo, en 1867 Alaska fue vendida a EE UU, y en 1875 las islas Kuriles se entregaron a Japón a cambio de Sajalín. En aquel entonces, Alaska y las Kuriles se consideraban territorios demasiado alejados y difíciles de defender.
Según se cuenta, mientras Alejandro II visitaba una pequeña ciudad rusa, de repente decidió visitar una iglesia en la que se celebraba una multitudinaria misa. El jefe de policía local, que no lo había previsto, se puso delante del emperador y empezó a empujar a la multitud para hacer sitio a su Alteza. “¡Con reverencia! ¡Con respeto!”, gritaba, golpeando a la gente con los puños. Al escuchar las palabras del policía, el emperador se echó a reír, y dijo que ahora entendía cómo enseñaban en Rusia a mostrar reverencia y respeto.
Una de las frases que se le atribuyen está llena de la melancolía propia de un zar:
“Gobernar Rusia no es difícil, pero es inútil”.
Cuando aún era heredero al trono, en 1839, Alejandro visitó Londres y, según el testimonio de sus coetáneos, se enamoró de la joven reina Victoria. Sin embargo, los motivos políticos hacían que un romance entre ellos fuera del todo impensable. Alejandro regresó a Rusia. Al cabo de muchos años, durante las disputas entre Rusia e Inglaterra por la crisis balcánica de los años 70 del siglo XIX, el emperador Alejandro se refirió a su antiguo amor sin ningún rastro de romanticismo: “¡Ah, esa vieja bruja obstinada!”.
El zar tuvo una rica vida íntima. Se casó con la princesa alemana María de Hesse, pero esta murió y se casó en segundas nupcias con la princesa Catalina Dolgorúkova. Tuvo ocho hijos de su primer matrimonio, y otros cuatro del segundo.
Fue en época de Alejandro cuando los revolucionarios rusos comenzaron a utilizar por primera vez los actos terroristas como forma de lucha para llegar al poder. El propio zar fue su objetivo. Sobrevivió al primer atentado en 1866. Posteriormente, atentaron contra él otras cuatro veces: le dispararon, le arrojaron bombas e hicieron estallar el tren en el que viajaba.
El último atentado resultó fatal. El 1 de marzo de 1881, miembros de la organización revolucionaria Naródnaia Volia («Libertad Popular») lanzaron varias bombas contra el cortejo del zar en San Petersburgo. Alejandro falleció a causa de las heridas provocadas varias horas después. En el lugar de su muerte se levantó la catedral del Salvador sobre la Sangre Derramada, que se convirtió en uno de los símbolos de la ciudad.
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