Científicos rusos trabajan en la estación Bellingshausen. Fuente: Alexandra Petrachkova
La vida en la base rusa de Bellingshausen, situada en la isla del Rey Jorge, cambia mucho de invierno a verano. Entre marzo y noviembre los habitantes del polo viven en un pequeño grupo, casi exclusivamente masculino. Este año en Bellingshausen han pasado el invierno 18 personas.
El clima en las Shetland del Sur, cerca de Sudamérica, y entre las que se encuentra la isla del Rey Jorge, es suave en comparación con la Antártida. Por norma, la temperatura aquí no baja de los 30 grados bajo cero, mientras que en el continente helado la temperatura media en invierno es de entre menos 60 y 75 grados.
Así que los rusos no se sorprenden al llegar a la isla del Rey Jorge, pero la cercanía del mar y un viento que supera los 30 metros por segundo, hace que soportar 30 grados bajo cero aquí sea más complicado que en Siberia. La nieve a veces bloquea completamente las puertas y durante varios días no se puede salir a la calle y los copos de nieve vuelan paralelos al suelo por el fuerte viento.
El verano (entre diciembre y febrero) es la época de los invitados, las expediciones científicas y los turistas. La temperatura ronda los cero grados y el sol nunca se va. Los rusos que viven aquí incluso se bañan alguna que otra vez en el océano.
A pesar de la extendida creencia de que la Antártida es una tierra de científicos, la inmensa mayoría de la población de la base no se dedican a la ciencia.
Es más, entre las bases vecinas a Bellingshausen se encuentran la chilena Frei y uruguaya Artigas, dirigidas por militares que tienen la capacidad para superar estas difíciles condiciones.
Pero, ¿para qué son necesarias entonces las bases? En primer lugar, si alguna vez se decide dividir el territorio de la Antártida, estos emplazamientos serían un argumento para presentar reivindicaciones. Además, prestan apoyo a los científicos en sus expediciones. Por ejemplo, en la base rusa ahora mismo viven cuatro ornitólogos de la ciudad alemana de Jena.gi
La base es una auténtica ciudad en miniatura. Hay un edificio que es el comedor, en otro están las viviendas. Cada persona dispone de una pequeña habitación individual con una mesa y una cama. También hay un hospital, una casita para los invitados y dos generadores eléctricos diésel. El viejo generador tiene los cimientos podridos por lo que ha habido que construirlos de nuevo. Dentro del generador hay una sauna rusa (que se enciende una vez por semana).
El orgullo de Bellingshausen es la iglesia ortodoxa de la Santa Trinidad. Fue construida en la región rusa de Gorni Altai en 2004, después se numeraron los troncos, se desmontó y se trasladó a la Antártida para montarla de nuevo. El único cambio que hubo que hacer fue el metal que mantiene la cúpula por dentro. La iglesia se encuentra en lo alto de una colina, por lo que se la podrían llevar los vientos de la Antártida. En Bellingshausen viven dos curas ortodoxos.
La base es abastecida dos veces al año. El barco "Académico Serguéi Vavilov" trae combustible y provisiones en febrero para el resto del año, por lo que la mayoría de las raciones son conservas.
Debido al gran tamaño del barco, no puede entrar en la pequeña bahía donde se encuentra la base. Es descargado con la ayuda de otros buques de los que disponen los habitantes del polo y este proceso lleva entre dos y tres días.
A pesar de la dureza de aspecto, la Antártida es muy frágil. Los organismos que viven allí lo hacen al límite de sus posibilidades por lo que el más mínimo cambio de su medio ambiente puede suponer una catástrofe. En Bellingshausen trabaja un especialista que se ocupa de los residuos. Los clasifica y una parte se quema y otra parte se lleva a tierra firme. En el alcantarillado se echan unas bacterias especiales que se comen los restos orgánicos y limpian el agua, que se vierte vierte después al océano.
Hay internet gracias a un satélite. En las instalaciones de la base hay varios ordenadores de uso común y muchos de los habitantes del polo tienen un portátil en su habitación. En la base chilena trabaja una persona que hace las labores que podría hacer el representante de un banco. "Los habitantes del polo reciben su sueldo, tienen que enviarlo a sus familiares, hacer un depósito, pagar el crédito”- dice Carlos.- "Yo les ayudo con todo esto".
No hay muchas posibilidades de diversión en las largas noches de invierno: una biblioteca, un gimnasio, un billar y una televisión. Sin embargo, toda la Antártida es un inmenso parque natural.
Los pingüinos pasean constantemente por la orilla donde se encuentra la base y una vez una foca se subió arrastrándose al porche y para salir a la calle había que pasar por encima de ella.
En las expediciones polares se puede ganar mucho más dinero que en tierra firme. Además se puede ahorrar prácticamente todo el salario. "Aquí gano dos veces y medio más que en Moscú", dice Bulat, uno de los científicos de la base rusa que estudia los glaciares.
Pero aquí no se viene por dinero. La expedición invernal a la Antártida supone la posibilidad de ver de cerca algo que está al alcance de muy poca gente. Implica también comprobar la capacidad de resistencia de unos mismo y después volver a casa con la sensación de haber cumplido con el deber.
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