Cómo los ‘mexicanos’ de Rostov del Don conquistan al público ruso

Svetlana Lomákina/revista 'Nátsiya'
Realmente, no son mexicanos. El grupo musical Mariachi Los Panchos es internacional y está formado por un ruso-guatemalteco, un peruano, un ecuatoriano, un dominicano, un belga, un italiano y un ruso. Pero están unidos por el amor a la música y al estilo musical de mariachi.

El productor y guitarrista del grupo musical Mariachi Los Panchos, Timur Osheiko es guatemalteco de padre. El vocalista John Javier Huarayo Yaya es 100% peruano, y el guitarrista Luis Voroshilov Masakisa Vera vino de Ecuador. 

Voroshilov de Ecuador

El ecuatoriano Luis Voroshilov Masakisa Vera.

El grupo musical de Rostov del Don también cuenta con un dominicano, un italiano que toca de vez en cuando, un belga y un ruso, pero yo entrevisto al trío. Intentando escribir correctamente sus nombres completos, tropiezo con “Voroshilov”.

- Ese es mi segundo nombre, explica Luis y pone su pasaporte ecuatoriano sobre la mesa.
- Y su hermano es Lenin, -se ríe Timur. - Nuestra gente está en todas partes.

Luis explica que su padre era un fanático de la URSS y puso nombres rusos a sus hijos. Él mismo no pudo visitar el país eslavo, pero cuando Voroshilov cumplió 18 años, su padre sacó de sus anchos pantalones los documentos y un billete a Moscú: ‘Mi sueño no se hizo realidad, pero el tuyo sí se hará: hijo, ¡te vas a estudiar a Rusia!’.

Fue en 2015.

- Por aquel entonces solo conocía la palabra eto en ruso. Me enseñaron: tenía que señalar con el dedo lo que necesitaba y decir eto, y entonces todo funcionaría, - se ríe Luis.

Voroshilov estudió arquitectura en la Universidad Federal del Sur. Ahora tiene 26 años.

‘Solo pensaba en hacer un viaje...’

El peruano John Javier Huarayo Yaya.

John Javier, de 46 años, es el más veterano de los mariachis. Llegó a Krasnodar desde Lima en 2004.

- He soñado con ver San Petersburgo desde que era niño. Leía lo hermosa que es la ciudad. Pero nunca pensé que llegaría a verla. Trabajé en mi tierra como periodista, luego como bombero, estudié música y ayudé a mi familia. Un día, un amigo mío se fue a estudiar a Rusia y me pidió que viniera aquí a pasar las vacaciones. Yo sólo pensaba en hacer un viaje. Pero cuando visité Rusia, mis planes cambiaron. Fui a la Universidad Estatal de Kubán: hoy no sólo soy psicólogo, sino también historiador. Trabajé en Krasnodar como músico y daba clases particulares. Y entonces conocí a Timur.

Así ‘llegaron’ los mariachi

Timur Osheiko, de Rostov del Don, con una pirámide maya de Guatemala de fondo.

Timur Osheiko es de Rostov. En verano, cuando sus amigos se iban al pueblo de sus abuelas, él volaba a Guatemala para ver a su padre. En estos viajes también pudo conocer México, ya que parte de su familia vive allí. De allí viene su amor por la cultura mexicana.

Timur se graduó de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Técnica Estatal del Don y de una escuela de música a distancia (ahora estudia en la Universidad Federal del Sur para ser traductor) y formó un grupo musical de africanos; todas las noches actuaban en el famoso restaurante local, Petrovski Prichal. Tocaban su propia música y se ganaban adeptos. Y entonces “llegaron” los mariachi.

- Primero conoci a John Javier, - dice Timur. - Es más, nos conocimos en Guatemala hace 20 años. Por casualidad fui a un concierto de su grupo, y fue tan guay y colorido que la imagen visual de Javier se me quedó grabada en la memoria. Cuando coincidimos en Rostov, no dejaba de preguntarme: ¿de dónde le conozco? Intercambiamos nuestros recuerdos y todo ha cuadrado.

Y a Luis le conocí de una forma muy sencilla. Estábamos sentados en un restaurante de Rostov y, de repente, oí a alguien cantando en español en la cocina. ¡Y cantando bien! Le pregunté al camarero y me dijo: ‘Es nuestro cocinero’. Entré en la cocina. Y desde hace dos años, Luis está con nosotros.

- Luis, ¿eres cocinero profesional?

- No, era estudiante, trabajaba a tiempo parcial en un restaurante latino. Pero soy un buen cocinero. Puedo cocinar toda nuestra cocina, pero también puedo cocinar la rusa. Me encanta el borshch y la cocina soviética.

‘Sabía que aquí hacía frío, ¡pero no tanto!’ 

- ¿Cuáles fueron vuestras primeras impresiones de Rusia?

Javier: - Sabía que aquí hacía frío, ¡pero no tanto! -30ºC es brutal. ¡Se me puso la chaqueta de cuero de punta! Y lo más importante, no sabía cuánto tiempo iba a durar el frío y si algún día llegaría el verano. En Lima en invierno hace +18º C. Pero en Moscú hacía mucho frío, y luego fue mejor en Kubán.

También al principio me sorprendían vuestras abuelas. Yo vivía cerca de Krasnodar, y todos iban en bicicleta. Podían ser incluso muy mayores, pero pasaban una pierna por encima del asiento y se ponían en macrha.

Hace 20 años, en Rusia, el servicio era más primitivo. Podía llegar a una stolóvaia (cantina), mostrar que no entendía nada, y me daban un menú y gritaban: ‘¡Léetelo!’. Por cierto, vosotros gritáis, y los españoles también. Pero nuestros gritos son más agudos, no son agresivos. Y en Rusia, si hablan muy alto, se nota la tensión. Pero ahora ya se ve menos.

Timur: - Si los tres nos sentamos a hablar de algo, el ruido será tan fuerte que ningún ruso podrá eclipsarlo. Está arraigado en la cultura.

- A menudo os invitan a las bodas. ¿En qué se diferencia una boda rusa de una latinoamericana?

Timur: - Las bodas son un tercio de nuestras actuaciones. Otro tercio son fiestas de empresa, luego restaurantes y una pequeña parte son serenatas. Actuamos en toda Rusia, pero principalmente en las regiones centrales y en el sur. Recientemente nos han invitado a Sajalín, pero aún no hemos podido ir: tenemos una agenda apretada y el viaje muy largo. Pero hemos actuado incluso en China y Dubái.

Javier: - Una boda rusa no es muy diferente de una boda peruana. Antes había la tradición de regalar un karavái (pan redondo) a los jóvenes y bollos a los invitados, pero nosotros no tenemos eso. También aquí había concursos: la gente iba a casa de la novia y tenía que resolver acertijos y hacer algo para conseguirla. Es curioso, pero hace mucho que no vemos cosas así.

Timur: - Sí, cada vez es más raro. Pero aquí hubo una boda cara en Krasnodar. Se reunió gente adinerada. El segundo día llevaron un carrito al restaurante y sentaron a la suegra en él. Y allí, según las normas, la suegra debía ser descargada en una masa de agua, pero no había ningún río cerca, y los parientes del novio se limitaron a echarle agua encima de una botella de cinco litros. Luego hubo lío: la suegra, al parecer, no conocía en absoluto esta tradición, y llevaba un traje, un peinado de peluquería, maquillaje.... ¡Pero a los demás invitados les encantó! (Risas). ¡Y a nosotros también!

Cantando serenatas a las rusas

- ¿A quiénes les cantáis serenatas?

Timur: - La mayoría de las veces el motivo es el siguiente: un hombre quiere pedirle perdón a una dama con nuestra ayuda. A veces funciona y ella le perdona, pero otras veces tocamos durante mucho tiempo detrás de la puerta cerrada. Los vecinos salen: ‘¡Pero perdónale ya!’. Y damos un concierto en el hueco de la escalera: ¡todos cantan!

Javier: - ¿Te acuerdas de cómo uno de nosotros estaba colgado de una cuerda?

Timur: - Sí, un tipo escalaba por cuerda del piso 15º al 8º, se quedó colgado frente a la ventana, pidiendo perdón, y nosotros tocábamos abajo. Pero también subimos a su ventana: no aceptó flores de su pretendiente, pero a nosotros no nos rechazó. Esperamos que todo acabara bien para ellos.

- ¿Qué canciones rusas os gustan?

Javier: - No podré nombrarlas tan rápidamente....
Timur: - Escucha Radio Dacha. ¡Y tiene un repertorio muy extenso de allí!
(Todos se ríen).
Javier: - Pero a mí me gusta toda vuestra música soviética...

- ¿Qué transporte utilizáis para desplazaros por Rusia?

Timur: - Antes teníamos un minibús Volkswagen de 1984, lo llamábamos el “hippie-móvil”. Una vez estos amigos fueron a un concierto sin mí. Cantaron y bailaron todo el camino, y no se dieron cuenta de que les quedaba poca gasolina. Así que empujaron el coche durante un kilómetro hasta la gasolinera más cercana. Pero casi siempre viajamos en tren.

- ¿Qué te parecen nuestros vagones ‘platskart’ (vagones compartidos)?

Javier: - ¡Súper! Pero he viajado tanto en ellos que son más míos que vuestros. (Risas.)

Timur: - En su tierra no tienen trenes, sólo los han visto en fotos. Así que al principio resulta exótico.

Tuvimos una anécdota, precisamente en un vagón platskart. Volvíamos de Sochi, y un daguestaní viajaba a nuestro lado. En Róssoshi, también entró un ruso. Estábamos sentados, sin hablar. Y entonces pasa el encargado del vagón, un hombre de pelo plateado, y dice: ‘¡Qué tiempos eran aquellos! La gente sacaba bocadillos, pepinillos en vinagre, vino... se conocían, charlaban. Y ahora están pegados a sus teléfonos’. El daguestaní le dice: ‘Si lo sacamos ahora, serás el primero en indignarte’. - ‘No lo haré, adelante’. Cinco minutos después, apareció el mantel mágico. Los vecinos se acercaron, y cantamos, charlamos... Fue un viaje maravilloso.

Canciones rusas al estilo de mariachi

Mariachi Los Panchos con el grupo Diskoteka Aváriya.

- Contadme cómo van vuestros proyectos conjuntos con estrellas rusas.

Timur: - Javier tenía el pelo castaño, llevaba gafas y se parecía mucho a Murat Nasírov. Le dije: ¿hacemos su canción Que hablen? La hicimos. Luego vino la idea de volver a cantar las canciones de Víktor Tsói, Magomáiev; hicimos algo puramente para nosotros. Y entonces nuestro amigo, el productor moscovita Borís Blagushin, sugirió: chicos, estamos en octubre, hay un par de meses para grabar el éxito de Diskoteka Aváriya, Novogódnaia (‘Sobre el Año Nuevo’) y luego encontraré donde venderlo. Hicimos el hit, lo vendimos. Pero la mejor respuesta la tuvimos cuando lo vieron los propios miembros de Diskoteka Aváriya. Primero vino Alexéi Rizhov a Rostov, luego fuimos a verle a Moscú, y hubo varias emisiones de radio y televisión junto con Diskoteka Aváriya.

Con el grupo Leningrado resultó así: la noche antes del ensayo preparé un arreglo. Nuestro trompetista no se arredró y escribió a Shnúrov en las redes sociales: ‘Los mexicanos de Rostov cantaron vuestra canción al estilo latino’. E inmediatamente contestó: Chicos, guay, justo estamos actuando en Rostov, ¡venid y lo arreglamos!.

Fuimos. Y todo fue al más alto nivel profesional. E incluso el desorden que a menudo vemos en Leningrado sobre el escenario es el resultado de esta profesionalidad. (Risas).

Hace poco grabamos Sol de Mónaco, de Liusia Chebótina: el FC Dinamo (de Moscú) firmó un contrato con una futbolista mexicano y decidió informar de ello a los aficionados de esta manera.

Pero nuestro principal éxito ruso es El 3 de septiembre. Se grabó casi media hora antes como invitación a nuestro concierto del 3 de septiembre. Y así fue. Nos invitaron con esta canción a la fiesta de cumpleaños de Shufutinski (el cantante ruso que interpreta esta canción) en la televisión, pero estábamos de gira.

- Se dice que América Latina y Rusia se parecen en que ambos creen en los milagros: no somos racionalistas, a diferencia de los europeos. ¿Tenéis vuestros propios rituales y presagios?

Timur: - Yo no creo en eso, pero Javier lleva consigo una pata de murciélago. Y da tres golpes a su sombrero antes de salir al escenario.

Javier: - Al principio lo hacía porque se me caía el sombrero, pero ahora ya me he acostumbrado, sí, es un ritual.

Timur: - ¡Javier es un chamán! (Risas.) Una vez en Stávropol, nos alojamos en un apartamento-stálinka (de la época estalinista) - enorme, precioso. Habíamos actuado muy bien, volvemos por la noche alegres, de buen humor. Javier sale de la habitación completamente blanco y dice: ‘¡Los he visto!’. - ‘¿A quiénes?’ - ‘Las almas de los dueños’. Y teníamos que vivir en este piso durante una semana... Las tres primeras noches no fueron muy buenas; bastaba con cerrar los ojos y tenías la sensación de que alguien estaba a tu lado. Y luego todo desapareció. Probablemente, los ‘dueños’ vieron que somos decentes, que no nos limpiamos las manos con las cortinas, y se calmaron. O nos lo inventamos todo: somos gente creativa e imaginativa, ¿qué se le va a hacer? (Risas).

En ese momento, estalló un pequeño altercado en una mesa vecina del club donde estábamos charlando. Pregunté si el grupo Mariachi Los Panchos había tenido que resolver alguna vez conflictos a través de la música.

Timur: - A menudo ocurre como en las películas de Tarantino. La semana pasada, literalmente: en Shakhti algunas personas empezaron a enfadarse, otras se unieron a ellos, empezó una pelea, y nosotros fuimos la banda sonora de la misma. (Risas). ¿Recuerdas, como en Titanic? El barco se hunde y los músicos tocan: ésa es nuestra profesión.

- Por cierto, ¿es su profesión principal? ¿Se puede vivir con este dinero?

Cartel del grupo Mariachi Los Panchos.

Timur: - Sí, la principal. Y gracias a que actuamos mucho, podemos vivir. Somos exóticos, no hay otro grupo como nosotros en Rusia, así que, como decimos, no podemos quejarnos.

Aunque hay diferentes giras y diferentes condiciones. A veces tenemos que dormir los tres juntando dos camas individuales. Decimos: ‘No pasa nada, así no pasaremos frío’. Y la respuesta es: ‘¿Quizá deberíais cambiar los dos colchones por uno de cama doble?’ Y luego dicen que Rusia no es un país tolerante.

(Todos se ríen).

- ¿Dónde os reciben mejor?

Timur: - Normalmente en el sur. Los granjeros de la región de Krasnodar nos quieren mucho. Es un placer actuar en los Días del campo. Los armenios son siempre geniales: en Essentuki, en una boda armenio-griega para 700 personas, ¡nos sirvieron tal mesa que creímos que nos habían confunddido con los novios!

Javier: - ¿Y los informáticos en San Petersburgo? ¡Cinco mil personas en el Tinkoff Arena!

- ¿Y fuisteis capaces de convencer a esos introvertidos?

Javier: - Para ellos, fue un día de liberación de energía. Llevaban todo el año sentados frente al ordenador, y aquí había buena comida, algo de tequila y música que hacía difícil quedarse quieto. Fue estupendo.

- ¿Os habéis vuelto un poco rusos con los años?

Javier: - Hay que quitar la botella vacía de la mesa. Empecé a quitarme los zapatos. Y me he vuelto complejo, pienso mucho.

- ¿Piensas en qué?

Javier: - Cuando yo era pequeño, era la Guerra Fría. Y EE UU tenía una gran influencia sobre nosotros. Sólo se hablaba mal de Rusia, todos los rusos eran considerados nuestros enemigos. Pero me di cuenta de que no se podía confiar completamente en el gobierno. Y cuando vine aquí, sí, fue difícil, pero vi otras cosas: gente con talento, humanidad, ganas de ayudar.

La generación más joven de peruanos ya no escucha a los políticos, quiere averiguar y ver todo por sí misma y luego formarse su propia opinión.
Aquí he pasado la mitad de mi vida: aquí entiendo todo, me acostumbré, me enamoré de una rusa. Fui a ver a mi madre y dos semanas después mi corazón quería volver a casa. Me siento mal delante de mi mamá, pero no puedo hacer nada.

Luis: - Pensé que terminaría mis estudios en la universidad y me iría, ¡pero no quiero volver! Me he enamorado de Rusia, ¡me siento bien aquí!

Timur: - Sus padres no saben que es músico. Creen que es arquitecto. Les envía fotos de sus proyectos, y de cómo está serio en las conferencias.

Luis: - Papá dice que quiere darme una sorpresa viniendo a ver cómo vivo aquí. Quiero que papá venga a Rusia, ¡pero no quiero una sorpresa!

(Todos vuelven a reírse).

El texto fue publicado en ruso en la revista online Nátsia’. Russia Beyond publica la versión reducida. Esta historia forma parte del proyecto ‘Desde Rusia con amor. La segunda temporada’ creado con el apoyo del Fondo Presidencial de Iniciativas Culturales. Estas son las historias de extranjeros que una vez llegaron a nuestro país, se empaparon de la cultura rusa, de sus espacios, de su gente... y acabaron convirtiéndose un poco en rusos ellos mismos.

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