Cuando el 7 de agosto de 1941, aviones enemigos aparecieron en el cielo sobre Berlín, los alemanes pensaron que aquellos aparatos eran británicos. Sin embargo, pronto se enteraron de que la capital del Tercer Reich estaba siendo bombardeada por los soviéticos, algo que no creían posible, ya que los alemanes estaban convencidos de que la URSS había perdido la guerra. La Wehrmacht ocupaba la mayor parte de la región báltica, Bielorrusia, la mitad de Ucrania, y se encontraba en las proximidades de Leningrado (ahora San Petersburgo) mientras avanzaba hacia Moscú.
En el mes de julio, el comandante de la Luftwaffe alemana, Hermann Goering, había asegurado a Hitler que la Fuerza Aérea Soviética había sido completamente destruida. La realidad era que estaba en pleno funcionamiento y era capaz de bombardear Berlín durante todo un mes.
La idea de un ataque aéreo de represalia contra Berlín llegó a la dirección soviética después de que los alemanes comenzaran a bombardear Moscú en julio de 1941. El bombardeo de la capital de la URSS socavaba la fe del pueblo soviético en su fuerza militar y su capacidad para resistir al enemigo, por lo que se decidió combatir el fuego con fuego bombardeando el corazón del Tercer Reich.
El Comandante de la Armada soviética, almirante Nikolái Kuznetsov, recordaría: “Si tiene éxito, un ataque contra Berlín tendrá gran importancia. Después de todo, los nazis aseguraban al mundo que la Fuerza Aérea Soviética había sido destruida”. (Nikolái Kuznetsov, Con rumbo a la Victoria, Moscú, 1975).
Lograrlo, sin embargo, no era en absoluto una certeza, la Fuerza Aérea Soviética sufrió pérdidas catastróficas (varios miles de aviones) durante los primeros meses de la guerra, lo que dio a los alemanes la supremacía en los cielos. Por eso, en lo que respectaba a los líderes militares soviéticos, cada avión valía su peso en oro y tenía que ser utilizado racionalmente. Además, la URSS ya no controlaba los aeródromos desde los que los aviones podían realizar vuelos sin escalas hasta Berlín.
Los aeródromos operativos más cercanos a la capital germana estaban situados fuera de Leningrado, pero estos todavía estaban demasiado lejos y los bombarderos soviéticos sólo podían llegar hasta Libau (la actual Liepaja en la costa occidental de Letonia). Entonces se tomó una decisión audaz: la URSS utilizaría unas desvencijadas pistas de aterrizaje situadas en el archipiélago báltico de Moonsund (archipiélago estonio occidental) que estaban más cerca del enemigo.
Desde allí, los bombarderos soviéticos DB-3 podrían cubrir los 900 km de ida y vuelta a Berlín. Sin embargo, las tropas alemanas estaban para entonces muy cerca de Tallin, principal base del mar Báltico, y se dirigían al golfo de Finlandia. Además, la aviación finlandesa era activa en la zona.
El aeródromo de la isla de Osel (actual Saaremaa), el más grande del archipiélago de Moonsund, no estaba preparado para el uso de bombarderos de largo alcance. Tuvo que ser urgentemente reequipado y pronto se desplegaron bombarderos soviéticos en la isla.
“Los hombres de la Marina se enfrentaron a una tarea difícil. No había suficientes suministros de combustible ni bombas aéreas en la isla... Bajo una fuerte protección, pequeñas barcazas cargadas con gasolina y municiones atravesaron las aguas minadas del golfo de Finlandia hasta Tallin, y luego hasta la isla de Osel. El peligro los acechaba a cada paso. Cabe señalar que Tallin ya estaba siendo asediada por el enemigo”, escribió Kuznetsov en su libro.
Aún más peligrosos eran los posibles ataques de la Luftwaffe. Para no atraer la atención de los alemanes, los aviones fueron escondidos en diferentes partes de la isla, en granjas y cubiertos con redes de camuflaje. El aeródromo de Osel seguía pareciendo abandonado y sin ningún uso.
El 6 de agosto, cinco aviones hicieron un vuelo de reconocimiento hacia Berlín, que resultó ser un éxito. Dos días después, 15 bombarderos DB-3 a plena carga iniciaron la Operación “Berlín” en medio de la noche. La mayor parte del viaje se efectuó sobre el mar Báltico, cambiaron de rumbo sobre Stettin (actual Szczecin en Polonia) y se dirigieron hacia la capital alemana.
La incursión tomó a los alemanes completamente por sorpresa. Al principio, pensaron que los aviones soviéticos eran de los suyos. “Los alemanes no esperaban nada tan atrevido. Cuando nuestros aviones se acercaban al objetivo, nos mandaron señales desde tierra: “¿Qué aviones sois?”, “¿Hacia dónde voláis?”. Pensando que se trataba de aviones alemanes que habían perdido su rumbo, los invitaron a aterrizar en los aeródromos más cercanos”, escribió Kuznetsov.
La capital germana estaba completamente iluminada y era claramente visible. Los ataques aéreos británicos solían venir del oeste y en esa época eran raros. La defensa aérea alemana no esperaba un ataque desde el norte y reaccionó tarde.
Cinco aviones soviéticos llegaron a Berlín y lanzaron bombas. Los otros bombardearon los suburbios y Stettin. Después de la operación, todas las tripulaciones regresaron a la base sin sufrir pérdidas.
El mismo día, la radio alemana informó: “En las primeras horas del 8 de agosto, un gran destacamento de la Fuerza Aérea Británica, unos 150 aviones, trataron de bombardear nuestra capital... De los 15 aviones que llegaron a la ciudad, nueve fueron derribados”.
Cuando se supo quién había bombardeado Berlín, la reacción fue de shock total, tanto entre los dirigentes de la Alemania nazi como entre la gente de a pie. Nadie se dio cuenta de que la Fuerza Aérea Soviética seguía vivita y coleando.
En el transcurso de un mes, aviones soviéticos realizaron nueve incursiones más en la capital alemana, pero el elemento sorpresa había desaparecido: el enemigo estaba preparado.
En las incursiones posteriores, la Unión Soviética perdió 18 aviones. A principios de septiembre, tras la captura de Tallin, las tropas alemanas invadieron las islas Moonsund y el 5 de septiembre se detuvo la operación “Berlín”.
Los ataques aéreos soviéticos recibieron amplia cobertura en la prensa nacional y occidental. Aunque no causó daños graves, el bombardeo de Berlín tuvo un importante efecto psicológico: demostró al mundo que la aviación soviética no sólo seguía con vida sino que era capaz de propinar dolorosos golpes al corazón de la Alemania nazi.
El teniente coronel Serguéi Ostápenko, que conocía a algunos de los pilotos que participaron en las incursiones, recuerda: “Después de los primeros bombardeos, el pueblo ruso comenzó a decir, pensar y escribir en los periódicos: si llegamos a Berlín por aire, también lo haremos por tierra”.
¿Sabías que los nazis diseñaron un bombardero para atacar los Urales? Pincha aquí para leer esta historia.
La ley de derechos de autor de la Federación de Rusia prohíbe estrictamente copiar completa o parcialmente los materiales de Russia Beyond sin haber obtenido previamente permiso por escrito y sin incluir el link al texto original.
Suscríbete
a nuestro boletín
Reciba en su buzón el boletín informativo con los mejores artículos sobre Rusia: