La relación entre Lev Tolstói y su esposa, Sofía Behrs, comenzó de una manera poco convencional para el siglo XIX.
Cuando el conde Tolstói, que entonces tenía 34 años, pidió a Sofía, de 18 años, que se convirtiera en su esposa, quiso que no hubiera secretos entre ellos. Antes del matrimonio Lev le dio a Sofía los diarios en los que había escrito sobre las relaciones íntimas que había mantenido antes con otras mujeres, incluyendo una con una sirvienta campesina con la que tenía un hijo fuera del matrimonio.
Sofía se sorprendió al leer estas cuestiones sobre su futuro esposo, pero siguió adelante con el matrimonio. “Todo su pasado es tan horrible para mí que creo que nunca estaré en paz con él”, escribió ella. “Me besa y pienso que no es la primera vez que está enamorado. Yo también he estado enamorada, pero en mi imaginación, mientras que él ha estado con mujeres bonitas y de carne y hueso”.
Mucho más tarde, cuando tenía más de 60 años, Sofía volvió a los diarios de Lev, aunque esta vez con un deseo obsesivo de eliminar cualquier cosa que pudiera ser comprometedora para ella. Temía que podría ser recordada como una arpía odiosa, ya que Tolstói la despreciaba y criticaba a menudo. Los eruditos creen que Tolstói destruyó algunas entradas a petición de Sofía.
Tal vez todo esto surgió del deseo de Tolstói de “purificarse” de sus pecados de juventud cuando eligió a una joven inocente de una familia conservadora con la esperanza de que ella lo enderezara. Desafortunadamente el escritor no pudo poner fin a los hábitos de su juventud.
“No puedo superar mi lujuria”, escribió en su diario, “este vicio se ha convertido en un hábito para mí”. Otra entrada: “Tengo que acostarme con mujeres. De lo contrario, la lujuria no me deja ni un minuto”.
A juzgar por sus diarios, Tolstói adoraba a su esposa. “Las nuevas condiciones de la vida familiar me han distraído completamente de la búsqueda del sentido de la existencia”, escribió. Pero en la vida matrimonial exigía mucho a Sofía, probablemente también mucho sexo. Basta decir que tuvieron 13 hijos, aunque cinco de ellos murieron en la infancia.
Y Tolstói no ayudaba a mejorar las cosas. Cada vez que su esposa estaba embarazada y no podía tener relaciones sexuales, se dirigía a las campesinas de su aldea, donde, como terrateniente y conde, tenía un poder prácticamente ilimitado. Al principio de su matrimonio le prometió a Sofía “no tener ninguna mujer en nuestra aldea, excepto por las raras oportunidades, que no buscaría ni evitaría”. Era una forma educada de dejar claro que definitivamente iba a tener aventuras.
Pero Tolstói se lo achacaba a su esposa: “Dos extremidades: un torrente del espíritu y el poder de la carne. Una lucha tortuosa. No me controlo a mí mismo. Busco las razones: tabaco, falta de moderación, falta de imaginación. Pero son pequeñas cosas. Hay una razón, la ausencia de una esposa amada y amante”. Sin embargo, al mismo tiempo, Tolstói compartía una profunda conexión con su esposa, sintiendo dolor cuando sufría durante el parto y pasando las noches al lado de su cama.
Sofía le escribió a Lev: “En todo este ajetreo, estar sin ti es como estar sin alma. Sólo tú puedes añadir poesía y encanto a todo, elevando todo a una cierta altura. Sin embargo, soy yo la que se siente así. Para mí, todo está muerto sin ti. Sólo amo... lo que tú amas…”.
Los sentimientos de Sofía por Tolstói eran muy profundos, a juzgar por las cartas que le escribía. Tal vez por eso su matrimonio duró hasta el final. Las normas sociales probablemente también jugaron un papel importante, aunque desde el siglo XIX en Rusia una mujer noble no siempre podía divorciarse y mantener una buena reputación, especialmente en los círculos nobles.
Cuando Sofía llegó a la finca de Tolstói, Yásnaia Poliana, quedó sorprendida por su pobreza. Ella tuvo que mantener todo, desde la vajilla hasta las mantas, y estaba a cargo de las cuentas y del mantenimiento de la casa y de los edificios adyacentes.
El cuidado de los niños también recayó sobre ella. Lev a veces jugaba con ellos, pero la mayor parte del tiempo estaba ocupado escribiendo o reuniéndose con sus admiradores y colegas. Mientras tanto, Sofía enseñaba a sus hijos música y buenos modales, los vestía y los alimentaba. Todo esto lo hizo sola, ya que Tolstói se oponía a las niñeras que las familias más nobles tenían en ese momento. Mientras que él creía que todo esto era el trabajo de una madre.
Yásnaia Poliana era un pueblo grande y rico con muchos problemas. Los campesinos iban donde su casero en busca de ayuda, para pedir dinero prestado o para quejarse de sus vecinos. Y todo esto también recaía sobre los hombros de Sofía, incluyendo la clínica de la aldea, que ella pagaba y organizaba.
Por último, Sofía era la escriba, secretaria y agente literaria de su marido. Incluso consultó a Anna Dostoiévskaia, gran esposa de un gran escritor que también era la responsable del negocio literario de su marido. Sofía entendía la desconcertante letra de su marido y reescribió y editó muchas de sus obras. Copió el texto de Guerra y paz en siete ocasiones.
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Hacia el final de su vida Tolstói se involucró cada vez más en las enseñanzas espirituales y se acabó alejando de su familia y provocó su excomulgación de la Iglesia ortodoxa. Esto también afectó a su relación con Sofía. La última vez que huyó de casa fue por la preocupación que ella tenía por él, y que Lev consideraba superflua.
A pesar del trato desigual e incluso hostil del escritor hacia su esposa, en gran medida es a Sofía a quien debemos agradecer la preservación de las obras y el talento literario de Tolstói. Si no hubiera sido por su esposa habría tenido mucho menos tiempo para dedicarse a su trabajo de escritor.
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