“Sabes, no existe un término como ‘misión imposible’ en el mundo de los servicios de inteligencia”, declaró Anatoli Baronin, exresidente de la KGB, en una entrevista con Iván Bessmertni, autor de Intelligence Silhouettes. “Claro, un oficial de inteligencia no es un superhombre... pero es una persona con una profesión especial y realizar cualquier encargo de su agencia es su obligación”.
Sabía de lo que hablaba – pasó más de 25 años en el Primer Directorado General del KGB (a cargo de la inteligencia extranjera), trabajando en África Occidental. Sin embargo, Baronin confesó que a veces los agentes se sentían irritados y estresados con tareas increíblemente difíciles.
Así se sintió cuando en 1970, mientras servía en Nigeria, recibió una orden de Moscú para recoger muestras de una epidemia desconocida que había asolado una aldea de Lassa en el noreste del país, matando a casi todos sus habitantes. “En la prensa soviética se insinuaban hipotéticas pruebas de armas bacteriológicas, los medios de comunicación señalaron a nuestro principal enemigo [Estados Unidos]”, dijo Baronin. Se esperaba que obtuviera muestras de virus para que los médicos crearan los correspondientes antivirales, sin importar lo peligroso que fuera el trabajo.
Nacido en 1932 en Moscú, Baronin se incorporó al KGB a finales de la década de los 50, y posteriormente fue destinado a África en la década de los 60. Según él, trabajaba oficialmente como diplomático. Baronin viajó por países africanos, ayudando a Moscú a establecer y mejorar las relaciones con diferentes líderes y grupos políticos, ayudando a los países africanos a mejorar sus condiciones de vida y sus infraestructuras y, por supuesto, trabajando en misiones especiales.
¿Cómo sabemos esto de él, si su trabajo era ultra secreto, se puede preguntar? La simple razón es que su tapadera fue descubierta por el desertor soviético, Oleg Lialin, su colega, que huyó a Occidente en 1971. Después de eso, el periodista estadounidense, John Barron, mencionó a Baronin en su libro, KGB: The Secret World of Soviet Secret Agents (KGB: El mundo secreto de los agentes secretos soviéticos) y casi todo el mundo tuvo noticia de la ocupación real de Baronin. Un viejo conocido suyo, estadounidense residente en Liberia, incluso solía burlarse de él poniendo el libro de Barron en un estante cada vez que Baronin venía de visita.
En cuanto a la misión de 1970 en Lassa, Baronin la ejecutó perfectamente, aunque puso su vida en peligro y necesitó pagar algunos sobornos. Se llevó consigo a un médico soviético y condujo un coche 1.200 kilómetros en el interior de Nigeria, donde se encontraba la aldea. Para estudiar la epidemia exhumaron los cuerpos de algunos fallecidos, pero esto resultó infructuoso. “Resulta que necesitábamos las muestras de sangre de los enfermos antes de que murieran. En aquel momento, la epidemia ya se había detenido, así que tuvimos que buscarnos la vida con los médicos locales... Usamos toda nuestra elocuencia... además, ya sabes, nadie ayuda en asuntos como este de forma gratuita”, recordaría el agente.
Muchas fuentes mencionan erróneamente que Baronin fue el primero en el mundo en obtener muestras del virus Ébola, pero esto es falso. La fiebre de Lassa, que mató a los ciudadanos de la aldea, es una enfermedad ligeramente diferente. El primer caso de la epidemia del Ébola ocurrió en 1976, seis años después de la misión de Baronin.
Sin embargo, el Ébola y la enfermedad de Lassa tienen orígenes similares pese a ser enfermedades del mismo tipo – fiebres hemorrágicas virales, causadas por el contacto con ciertos animales africanos. Así, encontrar antivirales para la fiebre de Lassa (que fueron descubiertos poco después de que Baronin entregara las muestras a la Embajada soviética, que las transfirió a la URSS) ayudó a los médicos a avanzar en la lucha contra las fiebres hemorrágicas, incluido el Ébola.
En cuanto a Baronin, regresó a Moscú en la década de 1980. Su carrera de residente llegó a su fin abruptamente: cuando fue destinado a Turquía, los turcos “se negaron cortésmente” a tenerlo en Ankara. “Comprendí que ya no hay manera de trabajar en el extranjero”, recordó Baronin. Así que aceptó la oferta de trabajar en Ucrania: en los años ochenta surgieron servicios de inteligencia en las distintas repúblicas en la URSS y, tras el colapso del país, se convertirían en oficinas independientes.
De 1986 a 1991, Baronin trabajó como jefe adjunto de la inteligencia ucraniana, y más tarde, tras su dimisión, se convirtió en profesor de la Academia de Inteligencia Extranjera de Kiev. Murió el 30 de julio de 2019, a los 86 años de edad. “Un recuerdo imperecedero para el legendario oficial de inteligencia, una persona amistosa y amable, que siempre permanecerá en el corazón de sus amigos y colegas”, dice el obituario colgado en la web del Servicio de Inteligencia Exterior de Ucrania.
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