Viajar fuera de la URSS no era tarea fácil: había que tener un (muy) buen motivo, así como un permiso especial del Partido. Pero no es hacer viajes domésticos fuera mucho más fácil. Por otro lado, los vuelos y los trenes eran más baratos que en la actualidad, y todo el mundo podía ir a alguna parte.
Por otro lado, visitar otra ciudad a menudo requería emplear varios trucos sólo para sortear las restricciones existentes. La URSS era una superpotencia en la vigilancia de su población aunque entonces no hubiese CCTV, códigos QR o identificaciones electrónicas.
Los pasaportes se hicieron obligatorios en 1932. No se podía viajar sin uno, ni siquiera entre ciudades. Pero ni los miembros del koljós (‘cooperativa agrícola’) ni los trabajadores recibían pasaportes, debido al temor de que la mano de obra barata abandonara el país.
Viajar desde un pueblo a cualquier lugar más allá del distrito local requería de un documento del consejo local. El permiso sólo duraba 30 días. Si un koljosiano dejaba su pueblo para ir a la ciudad y no volvía, en caso de ser capturado, se enfrentaba a una multa y era deportado de vuelta. Los delincuentes reincidentes podían ser condenados hasta a dos años de prisión.
Las regulaciones se hicieron más estrictas, pero incluso después de la muerte de Stalin (en la época de Jruschov, y luego de Brézhnev) un enorme 37% de los soviéticos no tenían pasaportes, según las cifras del Ministerio de Orden Social de 1967. Esto supone casi 58 millones de personas.
Pero siempre había formas de sortear las restricciones. Por ejemplo, un ciudadano de pueblo o aldea podía casarse con un habitante de la ciudad, y mudarse por esos motivos. También podía viajar con un permiso de trabajo, o ser admitido en una universidad de la ciudad. Pero en 1974, estas prácticas acabaron, ya que todos los habitantes de la URSS empezaron a recibir pasaportes.
Sin embargo, ni siquiera tener un pasaporte garantizaba poder realizar un viaje desde un punto A a un punto B: se necesitaba un permiso (viaje de trabajo, vacaciones médicas, visita a familiares, etc.).
“La gente se visitaba todo el tiempo. Pero conseguir una habitación de hotel era prácticamente imposible”, recuerda Elena de Moscú. “El recepcionista siempre pedía ver una carta de viaje de trabajo. En ausencia de una, te negaban una habitación, independientemente de su disponibilidad. Se podía conseguir una habitación con un soborno (de 3 a 5 rublos, a pesar de que la habitación en sí sólo costaba alrededor de 2 rublos por noche).
Y si realmente querías tentar tu suerte, podías hacer lo impensable: mudarte a otra ciudad simplemente porque “querías”. La forma de hacerlo era obtener un permiso temporal en esa ciudad, por ejemplo para desarrollar una categoría de trabajo de cuello azul, a menudo muy desagradable. Sin embargo, ni siquiera aquello era garantía de que conseguirías un permiso de residencia en la ciudad que eligieras. A algunas personas se les negaba sin más explicación.
El permiso de residencia (propiska) dejó de ser una institución después de la caída de la Unión Soviética. Fue considerado inconstitucional, y sustituido por el documento de ‘permiso de vida según el lugar de residencia temporal/permanente’.
Finalmente, había también una larga lista de ciudades y asentamientos que estaban (y algunos todavía lo están) completamente cerrados a los mortales de a pie. Estas ciudades albergaban complejos militares o estratégicos, y también eran a menudo pueblos fronterizos.
Entrar en ellos sólo era posible si se había nacido en la ciudad, o se tenía un pariente trabajando allí. A veces, las ciudades pasaban de “cerradas” a “abiertas”. Cualquier actualización al respecto se mostraba en avisos colocados justo encima de los puestos de ventas de boletos en las estaciones de tren.
Algunas ciudades, sin embargo, permanecieron cerradas durante décadas. Norilsk fue una de ellas.
“Cuando aterrizaba en Norilsk, la patrulla fronteriza entraba en el avión y comprobaba el pasaporte y el registro de todos… ¡En los años 80!”
Recuerda Eduard. “Tenías que tener un acuerdo de viaje aprobado por el komsomol (un viaje médico o de trabajo por mandato del Partido) o una invitación de un pariente, o una fábrica que necesitara algún especialista”.
Los ciudadanos especialmente inteligentes conseguían un pasaporte de sus amigos, cuando salían de vacaciones. Sacaban las páginas de registro.
“Los pasaportes de entonces parecían pequeños folletos con páginas recortadas en su interior”, recuerda Eduard. “Sacaban las páginas correspondientes, las introducían en su propio pasaporte, y después de los controles en Norilsk, enviaban el registro a sus amigos de Norilsk por correo.”
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