“Hermanos nuestros, uníos a nuestro Ejército Rojo para salvar la Revolución Rusa e iniciar la lucha armada por la liberación de los húngaros, de los obreros húngaros y de los campesinos húngaros. ¡A las armas! Por la tierra, el pan, la paz y la libertad!”, así fue como a principios de 1918 el gobierno soviético hizo campaña para conseguir el apoyo de los húngaros que se encontraban en Rusia en ese momento por la Guerra Civil que estallaba en el país.
El llamamiento no quedó sin respuesta: Decenas de miles de internacionalistas húngaros lucharon por los bolcheviques en el Ejército Rojo y en los destacamentos de partisanos rojos. Por su resistencia y fiabilidad fueron muy apreciados por sus compañeros de armas, así como por sus adversarios.
Los ‘magiares rojos’
En total, cerca de medio millón de húngaros estaban bajo cautividad rusa cuando la Rusia soviética y el Imperio alemán firmaron el Tratado de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918. La inmensa mayoría de estos soldados no querían seguir luchando ni tenían intención de hacerlo, y simplemente esperaban una oportunidad para volver a casa.
Sin embargo, había otros (unos 60.000) que estaban dispuestos a volver a los campos de batalla, pero esta vez no a los de la Primera Guerra Mundial, sino a los de la Guerra Civil rusa. Sus motivos eran sobre todo ideológicos.
Béla Kun
Foto de archivoMás del 70% de los prisioneros de guerra húngaros eran campesinos, obreros y trabajadores agrícolas que eran receptivos a la propaganda de las nuevas autoridades rusas y estaban interesados en ella. Los bolcheviques les ayudaron activamente en este sentido ayudando a crear grupos de discusión revolucionarios en los campos de prisioneros de guerra y organizando la publicación de los periódicos comunistas, Revolución Social y Adelante, en húngaro. Vladímir Lenin conoció personalmente a los principales miembros del Movimiento Comunista Húngaro como Béla Kun, Tibor Szamuely y Dezső Faragó y les proporcionó todo el apoyo necesario para su campaña política entre los compatriotas.
Un explorador checoslovaco en Siberia.
Biblioteca del CongresoUna razón no menor para que los húngaros decidieran unirse a los bolcheviques fue la dureza de las condiciones de detención en los campos de prisioneros de guerra. A pesar de la conclusión de la paz, su regreso a casa fue un procedimiento prolongado y complicado. En lugar de morir en los campos de prisioneros por enfermedad o hambre, muchos eligieron provisiones de alimentos estables y subsidios en efectivo en las fuerzas armadas de la joven república soviética.
La élite del Ejército Rojo
Soldados húngaros del 3º Regimiento Internacional de Fusileros de Astracán.
Foto de archivoA pesar de que a lo largo de la guerra los húngaros representaban sólo un pequeño porcentaje de la composición numérica total del Ejército Rojo, se les consideraba uno de sus soldados más eficaces en el combate. Curtidos en la batalla, unidos y firmes, los húngaros no sucumbían a la propaganda enemiga y destacaban por su fiabilidad y su capacidad de respuesta a las órdenes. Los bolcheviques los emplearon eficazmente tanto en situaciones de combate como en operaciones de castigo.
“Los magiares lucharon hasta la última gota de sangre”, recordaba Guenadi Militsin, un miembro del Ejército Rojo. El comandante militar checoslovaco Radola Gajda señaló que los guardias rojos rusos eran oponentes débiles y que cuando se les presionaba mucho salían corriendo, pero los magiares siempre se mantenían firmes.
Los húngaros desempeñaron un papel importante en el establecimiento del poder soviético en Siberia, los Urales y la región del Volga. El jefe del Estado Mayor del 1er Ejército del Frente Oriental del Ejército Rojo Obrero y Campesino, Nikolái Koritski, recordaba así el papel de una compañía de soldados húngaros en una operación para tomar Simbirsk el 10 de septiembre de 1918: “Los húngaros tomaron la posición inicial para el ataque de manera ejemplar y juntos cargaron contra las trincheras enemigas. Lanzando granadas de mano contra las trincheras y utilizando sus bayonetas para abrir huecos en la alambrada, se lanzaron a las trincheras y en la lucha cuerpo a cuerpo acabaron con casi todo un batallón de Guardias Blancas”.
Una de las pocas unidades de caballería rojas capaces de enfrentarse a la caballería cosaca blanca en igualdad de condiciones consistía en destacamentos reclutados de antiguos húsares húngaros que habían sido capturados. Se negaron a luchar con túnicas y casacas del Ejército Rojo, prefiriendo llevar sus tradicionales calzones rojos, los pelisse azul oscuro y los kepis rojos de los húsares.
Suerte posterior
En marzo de 1919, una parte de los húngaros que habían luchado en Rusia volvieron a casa para defender la recién proclamada República Soviética Húngara. Tras su rápida caída en agosto del mismo año, muchos de ellos sufrieron represalias o huyeron del país. El 2 de agosto, uno de los líderes de la república, Tibor Szamuely, que había contribuido significativamente al surgimiento de los destacamentos de internacionalistas húngaros en Rusia, fue fusilado en la frontera con Austria.
Otro dirigente de la Hungría soviética, Béla Kun, logró regresar a Rusia, donde poco después fue nombrado presidente del Comité Revolucionario de Crimea. Fue uno de los organizadores de las ejecuciones masivas de “enemigos de clase” en la península, que costaron decenas de miles de vidas.
Lajos Gavró
Foto de archivoPara muchos húngaros sin posibilidad de volver a su país, la Unión Soviética se convirtió en un segundo hogar. Sirvieron en el Ejército Rojo y en los servicios de inteligencia, y llevaron a cabo misiones en la España devastada por la Guerra Civil. El 11 de junio de 1937, el comandante de la XII Brigada Internacional, Máté Zalka (también conocido como "General Lukács"), fue resultó muerto por la artillería cerca de Huesca.
El “Gran Terror” en la URSS a finales de los años 30 no dejó indemnes a los húngaros soviéticos. El 23 de mayo de 1938, el comandante de la 92ª División del Lejano Oriente y héroe de la Guerra Civil, Lajos Gavró, fue fusilado en Jabárovsk. Belá Kun fue ejecutado en Moscú tres meses después.
En los años de la Segunda Guerra Mundial, se reclutaron expertos húngaros para trabajar con los prisioneros de guerra húngaros, para organizar unidades de partisanos antifascistas y, después de la guerra, para ayudar a crear el Ejército Popular Húngaro.
En 1956, el levantamiento húngaro (o revolución húngara, como se conoce en la actual Hungría) contra el sistema comunista dejó a antiguos camaradas de la Guerra Civil rusa en distintos lados de las barricadas. Por ejemplo, en un suburbio de Budapest los rebeldes asesinaron brutalmente a Sándor Sziklai, antiguo comandante del destacamento “Comuneros de Samara”.
Imre Nagy en 1956.
Jánosi Katalin/FORTEPAN (CC BY-SA 3.0)Por su parte, el jefe de gobierno, Imre Nagy, que también había servido en el Ejército Rojo, apoyó la sublevación y después de sofocarla fue detenido. A pesar de que Nikita Jrushchev se opuso a la imposición de la pena de muerte a Nagy, el nuevo líder húngaro, János Kádár, insistió en ello y se salió con la suya. Nagy fue ahorcado el 16 de junio de 1958 por “traición a la patria y organización de una conspiración destinada a derrocar el sistema democrático-popular”.
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