Parecía que Stúpnikova no iba a trabajar en los juicios de Núremberg, de una importancia sin precedentes: era imposible que la hija de los “enemigos del pueblo” que sufrieron las represiones estalinistas, no afiliada al partido comunista pudiese formar parte de la delegación soviética. Pero cuando comenzó el juicio, quedó claro que había una gran escasez de intérpretes soviéticos. El Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) recibió instrucciones de encontrar rápidamente nuevas personas, y Stúpnikova fue convocada para ver al general Iván Serov, que era el comisario adjunto del NKVD Lavrenti Beria.
“La audiencia fue breve: ‘Me han informado de que usted puede realizar interpretación simultánea...’. Me quedé callada porque no tenía ni idea de lo que significaba el término ‘interpretación simultánea’. En aquel momento sólo había traducción escrita y oral para mí”, escribió más tarde Tatiana Stúpnikova en sus memorias Nada más que la verdad.
Dos días después, Tatiana y tres de sus compañeros aterrizaron en Nuremberg. Le esperaba un año entero de trabajo en el juicio clave de los criminales nazis. Stúpnikova no volvió a casa hasta enero de 1947.
Después de trabajar hasta tarde ese primer día, Tatiana no se dio cuenta de que sus compañeros ya habían salido de la oficina y se dirigían al autobús que les iba a llevar a las villas que les habían asignado en las afueras de la ciudad. Como resultado, tuvo que encontrar su propio camino hacia la salida, pero los pasillos del Palacio de Justicia resultaron ser como un laberinto.
Finalmente, confundida, Stúpnikova trató de entrar por la puerta sin señal, pero en ese mismo momento dos policías militares estadounidenses la cogieron por los brazos y la llevaron a la sala de la prisión, según recuerda en sus memorias. El mayor temor de Tatiana en ese momento era que los dirigentes de la delegación soviética se enteraran y vieran el corpus delicti de una reunión “secreta” con extranjeros. Esto podría haber sido castigado con años en campos de trabajo.
Pero pronto su colega, el intérprete Konstantín Tsúrinov, irrumpió en la sala, acompañado de tres militares estadounidenses. “Por fin te he encontrado’, fueron sus primeras palabras, que luego nos repetimos con mucha frecuencia”, así describió Stúpnikova su primer encuentro con su futuro marido.
A principios de agosto de 1946, Tatiana Stúpnikova se dirigió a la pecera de los traductores. Corría por un pasillo, pero de repente resbaló y se habría caído si “alguien grande y fuerte no la hubiera levantado”.
“Cuando me levaté y miré a mi salvador, vi que tenía frente a mí la cara sonriente de Hermann Göring, que me susurró al oído: ‘¡Vorsicht, mein Kind!’ (¡Cuidado, hija mía!)”, recordó Stúpnikova el encuentro.
Cuando Tatiana entró en la sala, un corresponsal francés se acercó a ella y le dijo en alemán que ahora sería la mujer más afortunada del mundo: “Es la última mujer en brazos de Göring. ¿No lo ve?”
Sin embargo, Stúpnikova no apreció la broma del francés. Y el 16 de octubre de 1946, Hermann Göring, que había sido condenado a morir en la horca, se suicidó tomando cianuro de potasio dos horas y media antes de su ejecución.
La cantina del Palacio de Justicia tenía un sistema de autoservicio y no había suficientes asientos en la sala para todos. Un día, Tatiana, con una bandeja en las manos, vio una mesa en la que sólo estaba sentado un sargento del Estado Mayor estadounidense. La intérprete soviética se sentó a su lado; no había otros asientos disponibles. El hombre le pareció servicial: trajo servilletas que no estaban en la mesa, le sirvió sal y declaró, según recuerda Stúpnikova, que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella que le pidiera.
Las compatriotas de la intérprete estaban sentadas cerca y le hacían unas señales misteriosas que confundían a la intérprete.
Mientras tanto, el sargento mayor trajo cuatro porciones del helado favorito de Tatiana. Fue sorprendente, porque en la cantina del Palacio de Justicia no estaba bien visto repetir un plato. Tatiana finalmente sospechó que algo iba mal. No se resistió y tomó dos raciones de postre, después se retiró de la mesa, a pesar de que el hombre la suplicaba para que se quedara unos minutos más.
En la sala de trabajo sus compañeras le dijeron que había almorzado con el verdugo principal John Woods. Aunque el consejo de guerra aún no había terminado, Woods había viajado a Núremberg con antelación para comprobar la fiabilidad de la horca.
Antes de la apertura de otra sesión del tribunal, dos periodistas franceses se acercaron a Tatiana y le entregaron un gran caracol marrón vivo que suele encontrarse en los viñedos de Alemania y Francia. Según aseguran, el caracol era el mejor talismán contra cualquier problema de traducción. Tatiana tomó el molusco y se apresuró a ir a su lugar de trabajo. Lo sumergió en un vaso de agua y se puso a trabajar.
Unos días después, una foto de Stúpnikova y su caracol apareció en un periódico local. El pie de foto decía: “La idea de acabar con la superstición en la Unión Soviética ha fracasado. La traductora rusa no se desprende de su talismán”.
En la URSS se suponía que los ciudadanos tenían una actitud negativa hacia la superstición: se consideraba una reliquia del pasado. Sin embargo, el hecho pasó desapercibido y el caracol acabó llegando a Moscú junto con la intérprete.
El 1 de octubre de 1946, el tribunal internacional llegó a su fin. Los intérpretes soviéticos trabajaron tres meses más en Leipzig, que estaba en la zona de ocupación soviética. Tuvieron que corregir las notas taquigráficas, comparando la traducción con el original.
A principios de enero de 1947 partieron hacia Berlín, y de allí a Moscú. Al volver a su ciudad natal, Tatiana empezó a buscar un trabajo que pudiera compaginar con los estudios de posgrado. Este trabajo lo encontró en el Ministerio de Cinematografía: el ministro Iván Bolshakov necesitaba urgentemente especialistas para la traducción de las películas que se llevaron como botín de guerra.
A Tatiana le dijeron que iba a trabajar para el mismísimo Iósif Stalin. Además de la traducción, fue necesario seleccionar las películas que no tuviesen escenas de amor y política. Las propias películas tenían que ser en blanco y negro, porque Stalin temía el “efecto nocivo” del color para su salud.
Un día la comisión no pudo encontrar una sola película inglesa o francesa adecuada en todo el día y todos esperaban que la última película que vio Stúpnikova cumpliera con los criterios. Estaba cansada de un día duro de trabajo, y casi se la escapa el momento en el que aparece una imagen en color en la pantalla. Resultó ser una película dentro de otra película. Así, Tatiana evitó cometer un error potencialmente fatal.
Recordando su trabajo en los juicios de Núremberg, Tatiana Stúpnikova señaló: “No hay nada más útil para un intérprete novel que una larga y constante práctica en una cabina de interpretación con los auriculares en la cabeza y el micrófono en las manos”, por lo que para un intérprete de alemán e inglés no había mejor práctica que un consejo de guerra, tanto por la cantidad de trabajo como por el contenido.
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