El Almirante Nikolái Guerásimovich Kuznetsov (1904-1974).
Dmitri Kozlov/SputnikNikolái Guerásimovich Kuznetsov, capitán del buque Chervona Ukraina, volvía a puerto tras pasar unos días en alta mar coordinando ejercicios navales. El aire parecía por fin refrescar en medio de aquel caluroso verano de 1936 en el Mar Negro.
Al llegar a su base, un correo le esperaba para entregarle un mensaje. Tenía que preparar las maletas. Le mandaban a una guerra, muy lejos y casi en secreto. ¿Qué se le había perdido a la Unión Soviética en España, aquella tierra árida llena de curas y monjas? Estaba a punto de formar parte esencial del plan de la URSS de ayuda a la Republica española contra los militares golpistas apoyados por Hitler y Mussolini: la Operación X.
Chervona Ukraina, crucero ligero soviético de la clase Svetlana que formaba parte de la Flota del Mar Negro durante la Segunda Guerra Mundial.
Foto de archivoLa debilidad de la Marina Republicana era bien conocida por los soviéticos. Informes del Comisariado de Defensa indicaban que los marinos fieles al gobierno habían asesinado a unos 500 oficiales en los primeros días de la guerra. Ante este desolador panorama, el Mariscal Efrémovich Voroshílov había designado a Kuznetsov como agregado naval.
Al llegar a Madrid, se alojó en el Hotel Alfonso donde se encontraba el centro de operaciones soviéticas en el país. El ruso no se llevó una buena impresión del mismo.
Según sus memorias era caótico y carecía de liderazgo. A pesar de múltiples intentos, no conseguía que nadie le diese instrucciones concretas sobre las tareas que debía llevar a cabo. Frustrado, se dedicó a recorrer las calles de Madrid para intentar comprender la situación de la República por su cuenta, así como aprender español básico.
Nadie le había informado ni entregado ningún dossier cuando le trasladaron a Cartagena, base principal de la flota gubernativa, donde a sus treinta y pocos años, se vio enfrentado a la tarea de dirigir (de facto) una flota de guerra.
En la capital murciana, Kusnetsov se enfrentó a una base naval desorganizada y desabastecida. Comprobó para su horror que los cruceros republicados solo tenían entre 80 y 100 torpedos cada uno y que la munición antiaérea era prácticamente inexistente.
Aquello restringía terriblemente la capacidad de movimiento de las unidades navales. Además, la flota carecía de suficientes oficiales tras las purgas iniciales. Como recoge el libro Marinos Soviéticos con La Flota Republicana durante La Guerra Civil, de Willard C. Frank, Jr. sobre este aspecto en concreto, el marino ruso se dirigió a sus colegas españoles en términos nada condescendientes.
“Es verdad que en agosto de 1936 ustedes cometieron la misma locura que hicimos en marzo de 1917, ustedes se libraron de los oficiales en vez de usarlos. Y, como nosotros, rápidamente lo lamentarán.”
Los problemas de comunicación eran también importantes. Ni Kuznetsov ni ninguno de los demás asesores llegados de la URSS hablaba español, y solo uno de ellos había sido dotado de un intérprete. Perdieron un mes en conseguir traductores de español para todos.
Junto a otros asesores soviéticos, comprobó con sorpresa mayúscula que la Marina Republicana no había cambiado sus códigos de comunicación, por lo que seguía usando los mismos que los rebeldes. Por si fuera poco, los oficiales o marinos no estaban lo suficientemente entrenados para llevar a cabo los ejercicios navales más básicos, mantenían técnicas y estrategia de las marinas inglesa e italiana de la Primera Guerra Mundial y la mera posibilidad de realizar operaciones navales nocturnas resultaban una quimera. Cualquier intento de renovación o mejora recibía además una fuerte oposición.
Kuznetsov recordaba en su libro de memorias Bajo la bandera de la España Republicana (1968, editorial Progreso, Moscú) algunas escenas surrealistas vividas durante el año que pasó en Cartagena.
"En cierta ocasión pasé todo un día a bordo del acorazado Jaime I en el que los anarquistas tenían especial predominio. En tres lugares del barco, por lo menos, se celebraron reuniones-mítines en las que se exhorto a ‘demostrar quienes eran los anarquistas’, pero sin que en parte alguna se advirtiesen preparativos para que el barco se hiciese a la mar y estuviese dispuesto a presentar combate. (…) El lema ‘conquistar o morir’ se oía por todas partes, pero los anarquistas ni conquistaban ni morían.”
Los soviéticos organizaron en el otoño de 1937 programas de formación y entrenamiento para oficiales en los que se impartían distintos aspectos de la guerra naval, desde navegación al disparo de artillería y torpedos. Pese a todos estos esfuerzos, la Marina Republicana se mantuvo como la más débil de las fuerzas de combate del gobierno.
Sin embargo, la tarea más importante de Kuznetsov durante su estancia en España fue asegurarse de que los barcos mercantes que traían el material bélico soviético desde el Mar Negro llegasen sin incidencias a los puertos españoles. En estos mercantes viajaban, por ejemplo, los Chatos y Ratas que defenderían a la población civil de Madrid enfrentándose a los aviones facciosos.
Nikolái Guerásimovich Kuznetsov
Ministerio de Defensa de la Federación RusaKuznetsov, que según el libro de Victoria Fernández Díaz El Exilio de los Marinos Republicanos, era conocido como Nicolás el mandamás, solicitó que los bombarderos SB-2 colaborasen con la Flota Republicana atacando buques enemigos.
Pronto, los pilotos soviéticos comprobarían lo difícil que resultaba identificar los blancos a batir. En mayo de 1937, algunos de los aviones conocidos como Katiuska atacaron por error al acorazado de bolsillo alemán Deutschland (que incumplía la normativa del Comité de No Intervención de permanecer a un mínimo de diez millas de la costa española) matando a 31 marineros alemanes e hiriendo a otros 83. Hitler ordenó, en represalia, cañonear desde el mar la ciudad de Almería.
El 31 de mayo de 1937, una flota compuesta por el acorazado alemán Admiral Scheer y cuatro destructores bombardeó la ciudad andaluza, dejando un saldo de 19 muertos y numerosos edificios destruidos.
Ante la brutal agresión, el gobierno español se planteó declarar la guerra al III Reich y así conseguir la internacionalización del conflicto, idea que se desechó finalmente.
Kuznetsov fue agregado naval soviético de la Marina Republicana hasta el 15 de agosto de 1937. Abandonó España, país que no volvería a visitar. El 10 de octubre de 1938 recibió desde Moscú el mando de la Flota del Pacífico.
El 28 de abril de 1939, Kuznetsov, con tan sólo 34 años, fue nombrado Comisario del Pueblo para la Marina, cargo que mantuvo a lo largo de la Gran Guerra Patria.
Gracias a su labor la flota soviética estaba, en el momento de la invasión alemana de 1941, en plena disposición combativa, por lo que pudo plantar cara al enemigo desde el primer momento, sufriendo menos perdidas que el Ejército de Aire o el de Tierra. Además, en agosto de 1941 y por iniciativa del mismo Nikolái, la aviación naval del Báltico lanzó el primero de hasta diez bombardeos contra Berlín.
Durante la guerra, este militar nacido en un pueblecito de la fría región de Arjánguelsk, se encargó de la ardua tarea de coordinar los combates, especialmente en el Mar Negro, así como de la protección de hasta 77 convoyes extranjeros en el Mar del Norte. Tras la derrota alemana participó como representante soviético en la Conferencia de Paz de Postdam para luego participar activamente en la derrota de los japoneses.
Stalin lo destituyó en 1947, tras lo que fue juzgado y degradado a vicealmirante. Sin embargo, se puede decir que tuvo suerte. Varios de sus colegas fueron enviados a prisión.
En 1955 dos años después de la muerte del dictador, sería convertido nuevamente en Comandante en Jefe de las Fuerzas Navales, recibiendo el cargo de Almirante de la Flota de la Unión Soviética.
A lo largo de su carrera recibió la Orden de la Estrella Roja, la Orden de la Bandera Roja, la Orden de Ushakov, la de Lenin y el título de Héroe de la Unión Soviética.
Sus ojos se cerraron para siempre el 6 de diciembre de 1974.
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