La Rusia imperial en los ojos de un español

Juan Valera.

Juan Valera.

Fundacion Aguilar y Eslava
Recordamos la obra epistolar de Juan Valera, que refleja la vida de San Petersburgo de mediados del siglo XIX.

Juan Valera, diplómático, político, escritor, poeta y periodista español, formó parte de la misión diplomática del Duque de Osuna en San Petersburgo y ejerció de Secretario de la Legación de España entre diciembre de 1856 y junio de 1857.

A pesar de haber estado solo medio año en San Petersburgo, el autor de Pepita Jiménez dejó un valioso testimonio de la época, de la vida de la capital imperial, del carácter y las tradiciones de los rusos en sus Cartas desde Rusia, dirigidas a sus familiares, amigos y compañeros de trabajo. Llena de humor e ironía, la obra epistolar de Valera es un reflejo histórico, social y cultural de un imperio que acabó de sufrir una gran derrota en la Guerra de Crimea (1853-1856), en la que Nicolás I se enfrentó a la alianza del Reino Unido, el Segundo Imperio francés, el Imperio otomano y el Reino de Cerdeña.

‘No hay nada que temer… tenemos 18 grados de frío’

Al llegar a la capital imperial en diciembre de 1856, Valera tuvo que hacer frente al duro invierno ruso, que le causó numerosos problemas de salud, pero no le hizo perder el sentido de humor: “La ciudad está dividida por el caudaloso Nevá y por multitud de canales. Todo está helado ahora. Sin embargo, hubo un día en que se temió deshielo e inundación, y se tiraron dos o tres cañonazos de aviso. Hoy no hay que temer ninguna desgracia, porque tenemos 18 grados de frío”, tranquilizó a su amigo Leopoldo Augusto de Cueto, en una de las cartas.

Cuadro de Juan Valera en el Instituto Aguilar y Eslava.

‘No sé dónde viven los pobres...’

El diplomático español lamenta a menudo no saber ruso, lo que se convierte para él en un obstáculo a la hora de conocer la literatura rusa o entenderse con los acarreadores para encontrar el camino a casa. Así describe una de sus aventuras peterburguesas: “Las calles son tan largas, que se pasa un día en recorrer una calle. Cada casa tiene su título particular, como los actos de los dramas románticos, pero a veces no se adelanta nada con saber el título de la casa, porque el cochero le ignora. Entonces, es menester, por medio de un intérprete, hombre práctico en San Petersburgo, describir la situación topográfica del lugar adonde se va. Aun así, suele uno encontrarse en Oriente, cuando pensaba estar en Occidente...”.

Por lo demás, afirma Valera, “el aspecto de San Petersburgo no puede ser más  grandioso”: “No sé dónde viven los pobres, porque no se ven más que palacios, monolitos, cúpulas doradas, torres, estatuas y columnas”, sentencia el diplomático español.

Amor propio nacional ‘exageradísimo’

Juan Valera ofrece interesantes observaciones sobre las tradiciones y los gustos de los rusos, sus hábitos y el carácter. Por supuesto, no se le escapa la afición de los rusos a las bebidas fuertes o su pasión por la comida.

Pero quizás lo que más le llama la atención al diplomático español es la extraña contradicción que ve en los rusos en relación con todo lo extranjero. Por un lado, según Valera, hay mucho interés por la cultura, el arte y la literatura occidental, “la clase elevada y aristocrática cree… que la luz viene de Francia”, “la lengua francesa es el cristal clarísimo y hermoso y diáfono, a través del cual se ve la luz”.

Llena de humor e ironía, la obra epistolar de Valera es un reflejo histórico, social y cultural de un imperio que acabó de sufrir una gran derrota en la Guerra de Crimea (1853-1856).

Al mismo tiempo, el español percibe cierto menosprecio por parte de los rusos hacia todo lo extranjero y un “ardiente deseo” de destacarse ante las demás naciones: “Aquí se nota en todo un amor propio nacional exageradísimo, una presunción inmensa, aunque en muchas cosas fundada, y una vanidad personal y una exageración y una blague, como nunca la hubo en Francia, ni en España. Ni en todo lo descubierto en la tierra. No hay majadero que no trate de hacer creer a usted que es un Salomón, ni don Pereciendo que no asegure que gasta al año veinte o veinticinco mil rublos, por lo menos...”.

‘Para divertirse un rato’

No obstante, el autor de Cartas desde Rusia advierte a sus lectores que no pretende hacer un análisis completo y profundo de la sociedad rusa de aquella época, ni tampoco presume de ser objetivo en sus observaciones, subrayando que se deja llevar por las impresiones momentáneas:

“Bueno será, con todo, advertir que no trato yo de dar una idea, ni siquiera ligerísima, de lo que es este grande Imperio, inferior solo en extensión al que dominó nuestro emperador Carlos V, que abarca bajo un mismo lindero la séptima parte de la tierra habitable, y donde hay tantas razas diversas, se hablan tan varios y distintos idiomas y se usan costumbres tan peregrinas… Ruego, pues, a cuantos pongan los ojos en estas líneas, que no lo hagan por instruirse, sino para divertirse un rato, si, por dicha mía, les parecieren divertidas”.

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