Dibujado por Konstantín Máler
El Tratado INF, constituido en 1987, preveía la eliminación de todos los misiles con un radio de acción entre 500 y 5500 km. Este documento se convirtió en el símbolo de una época en la que el territorio de Europa se consideraba el escenario principal de un posible conflicto militar entre EE UU y la URSS. Este tipo de misiles, cuyo tiempo de vuelo es reducido, tuvo un papel decisivo en el transcurso de las acciones militares, pues se les asignó una de las misiones principales: la destrucción de los sistemas de mando de las tropas. La decisión de acabar con este tipo armamento no solo rebajó el clima de inestabilidad en Europa, sino que además sentó las bases para una posterior reducción del armamento convencional existente en la región.
Hoy en día cuesta
imaginar Europa como el escenario directo de un enfrentamiento militar entre
EE UU y Rusia, a pesar incluso de los acontecimientos sucedidos en
Ucrania. Por otra parte, al tratarse de un acuerdo bilateral, el Tratado INF no limita el desarrollo de sistemas de ataque de medio y corto alcance por
parte de otros países.
En los últimos años, EE UU ha protagonizado la mayor parte de las noticias
relacionadas con el Tratado INF. A finales de 2013, los medios de comunicación
norteamericanos anunciaron que Washington sospechaba que Rusia estaba
incumpliendo las condiciones del acuerdo. Aunque se desconocen los detalles de la
reclamación de norteamericana, los expertos creen que se referían a dos imponentes
armas desarrolladas por los rusos: el misil balístico RS-26 Rubezh y el de
crucero R-500.
En términos formales,
el Rubezh no está contemplado en el tratado, ya que su alcance máximo supera el
límite establecido. Sin embargo, del programa de pruebas (el misil se probó con
éxito en distancias de menos de 5.500 km) se extrae que el propósito principal
de estos misiles es la destrucción de objetivos situados a una distancia
mediana. En cuanto al R-500, lo que despierta más dudas es su alcance máximo, ya
que hay razones para creer que el misil supera el límite mínimo del INF, fijado
en 500 km.
Serguéi Lavrov ha vuelto a acusar a los norteamericanos de falta de concreción.
El hecho de que Washington no haya presentado aún unas pruebas convincentes
demuestra que EE UU carece de datos telemétricos que respalden sus
acusaciones.
La cancelación del Tratado INF supondría, ante todo, un duro golpe para la
seguridad rusa. Teóricamente, Washington no solo desplegará los misiles en los
países de Europa del Este, como ya ocurrió durante la guerra fría, sino también
en el territorio de los nuevos miembros de la OTAN.
Este tipo de
comportamiento reduciría a unos pocos minutos el tiempo de vuelo de los misiles
hasta objetivos estratégicos rusos, lo que prepara el terreno para un potencial
ataque preventivo. Moscú no dispone de recursos suficientes para responder a
este tipo de desafíos, por lo que tendrá que dedicar una importante cantidad de
esfuerzo y dinero a la creación de un sistema que contrarreste la potencial amenaza.
Quizás Washington solo esté tratando de atraer a Moscú al diálogo a través de
los canales del ‘desarme’, que siempre se han distinguido por su alto grado de
confianza.
En cualquier caso, el destino del Tratado INF depende de si Rusia tomó o no la decisión recuperar las clases de misil eliminadas en el marco del tratado. De ser así, EE UU abandonará el tratado previa presentación de las pruebas pertinentes. Pero si no fue así, el intento de establecer una relación de confianza a través del diálogo sobre el control del desarrollo armamentístico constituye otra prueba del esfuerzo de EE UU por recuperar la normalidad en su relación con Rusia.
Alexander Chekov es profesor del departamento de Relaciones Internacionales y Política Exterior de Rusia de la MGIMO, además es analista de la agencia Política Exterior.
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