Durante siglos Rusia soñó con tener el control de los estrechos de la antigua Constantinopla. La capital del Imperio Bizantino, el Estambul contemporáneo, unía Europa y Asia. Además, la ciudad era clave para el control de Oriente Próximo y suponía la ruta más corta entre Europa e India.
Catalina II soñaba tanto con Constatinopla que llamó a su nieto Konstantín (así se llamaron el primer y último emperador de Bizancio) y quería darle el poder del Imperio resucitado. “¿Qué nos pasará a nosotros y a nuestras instituciones si una mujer tiene el poder desde una parte del mundo que va desde Siberia a Egipto? Sálvese quien pueda”, escribió el filósofo italiano Alexandre Verri en la década de 1770.
Sin embargo, no todos los intentos por conquistar la ciudad fueron por razones estratégicas. En Rusia la ciudad también se llamó Tsarigrad, y estaba consideraba el centro histórico de la fe ortodoxa; allí se encontraba la basílica de la Santa Madre Sofía (una de las santas más importantes para los ortodoxos). Las guerras de Rusia contra el Imperio Otomano se consideraron, además, una misión religiosa para liberar el mundo ortodoxo de la yugo musulmán.
Aunque nunca en la historia la ciudad haya formado parte de Rusia, en dos ocasiones los rusos pudieron hacerlo casi sin traba alguna.
El primero en llegar con éxito hasta Constantinopla, según las crónicas rusas, fue el príncipe Oleg, también llamado “el Profeta”, por su capacidad de previsión y sagacidad. El príncipe fue un excelente líder militar. Sus campañas pusieron las bases para el estado de la Antigua Rus y sus fronteras. Si hubiera tomado algunas decisiones de manera diferente, Constantinopla podría haber entrado dentro de los límites de su reinado.
Según las crónicas, llegó hasta Tsarigrad con tropas de infantería y con una flota de unos 2.000 barcos (los historiadores creen que fue menor). Los griegos cerraron la ciudad así que el derramamiento de sangre tuvo lugar en los alrededores. “Se mataron muchos griegos en los alrededores de la ciudad y se destruyeron gran cantidad de tiendas y se quemaron numerosas iglesias. Y todos los que fueron hechos cautivos fueron, o cortados en pedazos o torturados o tirados al mar y muchos más males infligieron los rusos a los griegos, tal y como suelen hacer los enemigos”, se dice en la crónica.
Pero más que la toma de Constantinopla, Oleg decidió que para los intereses de Rus era más conveniente la firma de un tratado de paz. Entonces, continúa la leyenda, clavó su escudo en las puertas de la ciudad y firmó un ventajoso acuerdo comercial y recibió un pago importante. Desde ese momento los rusos podían vivir libremente en los alrededores de ciudad durante medio año sin pagar tasas, disfrutar del comercio libre de impuestos, del derecho a comida gratuita y a la reparación de los barcos, que corría a cuenta de Bizancio.
Catalina II llamó “Proyecto griego” a los planes para restablecer la monarquía griega. El plan no suponía directamente la expansión rusa sino que se trataba de crear un nuevo estado con el antiguo nombre de Dacia y de aumentar la influencia. El programa incluía también la expulsión de los turcos de Europa, la liberación del yugo musulmán a todos los cristianos de los Balcanes y, obviamente, la toma de Constantinopla. Aunque el “Proyecto griego” murió porque la emperatriz no encontró suficiente apoyo en Europa. Cuando comenzó la siguiente guerra ruso-turca (y la unión de Crimea a Rusia en 1783), Constantinopla ya quedaba fuera de la agenda.
Sin embargo, el que más cerca estuvo del sueño de Catalina fue su tercer nieto, Nicolás I. En 1829 el Ejército ruso llegó hasta Adrianópolis (actualmente llamada Edirne), a unos 240 km de Estambul. En dos días se podría haber recorrido esa distancia y lo más seguro es que la ciudad habría caído en manos rusas, ya que para ese momento el Ejército otomano estaba exhausto. Sin embargo, el zar Nicolás llegó a un acuerdo con el sultán Mahmud II. Tras pronunciar unas pomposas palabras sobre la amistad (que se olvidaron doce años después), el Imperio Otomano cerró el estrecho a los otros países.
Aunque había otra razón de mayor peso tras el generoso gesto de Rusia. No estaba claro qué se podría hacer con Constantinopla tras su captura. Rusia carecía de recursos para mantener los nuevos territorios y si se dejaba empobrecer a un ejército victorioso, podría haber una rebelión. Es más, la captura de Constantinopla habría reconfigurado por completo todo el sureste de Europa y así, podría haber provocado una guerra mundial: el Reino Unido y Francia no lo habrían aceptado. De modo que resultaba más fácil no hacer reclamo alguno sobre la ciudad y resultaba más sencillo firmar un ventajoso tratado de paz.
Posteriormente Nicolás I tendría que escuchar no pocas quejas acerca de su oportunidad perdida con Constantinopla. Aunque respondería que le alegraba que su único parecido con Catalina II fuera “el perfil de la cara”. No le gustaba la manera que su abuela tenía de gobernar. La historia volvió a repetirse con el siguiente zar ruso, Alejandro II, en el año 1878. De nuevo el Ejército turco estaba derrotado y el camino hacia Constantinopla, despejado. Y de nuevo los mandatarios escogieron una paz en condiciones provechosas que una guerra mundial.
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