Los registros históricos muestran que durante siglos los inventores se rompieron la cabeza pensando en cómo hacer un paracaídas. El primero que fue viable lo inventó el actor y dramaturgo ruso Gleb Kotélnikov. Su mochila paracaídas es la que actualmente se utiliza en todo el mundo.
Kotélnikov tuvo la idea de crear un paracaídas seguro y eficaz después de ser testigo de la muerte, en 1910, de uno de los primeros pilotos rusos, Lev Matsievich, que cayó desde 400 metros después de que su avión se averiase en el aire. El actor había estado interesado en la ingeniería desde que era un niño, así que poco después de la tragedia se esforzó para crear un sistema que pudiera transportar un paracaídas doblado en la espalda y que se abría en el aire cuando era necesario.
Pasó las pruebas con éxito pero tanto el Estado como el Ejército mostraron poco interés, así que decidió vender su paracaídas a Francia, donde cosechó un gran éxito. En Rusia, la invención de Kotélnikov atrajo la atención del gobierno tan solo en 1914, al inicio de la Primera Guerra Mundial y también después de la Revolución de 1917. En 1923, el propio Kotélnikov hizo una serie de mejoras en su paracaídas. Murió en 1944 a los 72 años, pero durante décadas fue testigo del progreso que su invento supuso, no solo para Rusia, sino para toda la humanidad.
Aunque de manera general se acepta que la primera película fotográfica la hizo el fundador de Kodak, George Eastman, en 1885, en realidad el inventor ruso Iván Bóldirev la creó unos años antes, en 1878.
Nacido en el seno de una familia cosaca y pobre de la región de Rostov (en el sur de Rusia), Bóldirev estuvo interesado en la mecánica desde la infancia. A los 19 años se trasladó a la ciudad de Novocherkassk, donde comenzó a trabajar en fotografía, y más tarde se mudó a San Petersburgo, donde trabajó como editor de fotos y asistente de un fotógrafo.
Dominaba su arte por lo que se le ocurrieron ciertas mejoras. Primero inventó una lente de enfoque corto que superaba a los análogos existentes en términos de apertura y ángulo. Posteriormente creó una película fotográfica, que era una buena alternativa a las pesadas y frágiles placas de vidrio utilizadas por los fotógrafos de la época. Su película no sólo era más ligera y fácil de transportar, sino que también podía soportar el agua hirviendo. Desafortunadamente, su revolucionaria invención apenas atrajo la atención en la exposición que se celebró en 1882 en Moscú y todo terminó poco después.
El primer torno mecánico para hacer tornillos fue patentado en 1800 por el inventor británico Henry Maudslay, considerado el fundador de la tecnología de la máquina herramienta. Sus invenciones fueron un factor importante para impulsar la Revolución Industrial.
Sin embargo, Maudslay comenzó a desarrollar su torno en la década de 1780, años después de que el inventor ruso Andréi Nártov creara su propia máquina, tal y como se describe en un libro que él mismo escribió en 1755. No se sabe si Maudslay conocía los inventos de Nártov, pero es posible que hubiera visto un torno ruso, expuesto en París en aquella época.
Nacido en una familia de clase media, Nártov era un ingeniero con talento que estudió en la Escuela de Matemáticas y Navegación de Moscú. En 1712 llamó la atención de Pedro el Grande. Con el paso de los años llegó a convertirse en su artesano personal y viajó por toda Europa, donde estudió, intercambió ideas y presentó su célebre torno. En 1724, sugirió que Pedro creara la Academia Rusa de Ciencias, de la que fue miembro desde 1735.
El inventor creó 36 máquinas herramientas a lo largo de su vida. Tenía planeado publicar un libro en el que describía todas ellas, pero falleció en 1756. Muchos de sus inventos sobrevivieron, entre ellos una batería circular de encendido rápido, que se puede encontrar en el Museo Hermitage y en el Museo de Artes y Oficios de París.
En los relatos de Marco Polo del siglo XIII sobre Mongolia aparece mencionado un producto similar a la leche en polvo, sin embargo, no se sabía cómo producirla. No fue hasta 1802, cuando el médico ruso Ósip Krichevski descubrió el primer proceso moderno de elaboración de leche polvo, que permitía conservar sus propiedades y aumentar su vida útil.
Krichevski trabajaba en la ciudad de Nérchinsk, en la remota región de Zabaikalski, un lugar lejos de San Petersburgo fundado como un lugar de exilio. Krichevski era uno de los pocos médicos que trabajaba allí. Luchaba duramente para ayudar a los necesitados, pero carecía de suministros médicos. Uno de los productos más saludables que tenía para alimentar a la gente era la leche, sin embargo era un producto perecedero. Así que el médico se puso manos a la obra en busca de formas para aumentar su vida útil. Fue así como se le ocurrió una tecnología para hacer leche en polvo mediante la evaporación del agua que había en la propia leche.
Desgraciadamente, el inventor murió en 1832 y nunca vio cómo su innovación llegó hasta San Petersburgo, la capital del Imperio ruso en aquella época. Años después llegó a Europa. El inventor británico T.S. Grimwade patentó esta tecnología en 1855.
En 1752 el campesino e inventor autodidacta, Leonti Shamshurénkov, creó el primer “carruaje autopropulsado”, es decir, un prototipo del primer automóvil. Este invento no solo le dio fama, sino que prácticamente le salvó la vida. A finales de la década de 1730, Shamshurénkov presentó una denuncia contra el gobernador local por malversación de fondos estatales, pero los funcionarios corruptos encarcelaron al inventor. Si no fuera por su mente creativa, habría pasado décadas pudriéndose entre rejas.
En 1741 tuvo la genial idea de hacer “carruaje autopropulsado”, que tenía que ser conducido por dos “cocheros”. Sin embargo, tardó diez años en llamar la atención de los funcionarios estatales. Fue invitado a San Petersburgo y el proyecto se llevó a cabo con fondos del gobierno. El inventor recibió 50 rublos como recompensa y no paraba de pensar en posibles mejoras. Por ejemplo, un “reloj” especial para mostrar la distancia recorrida, así como planes para hacer un “carruaje de invierno”. Sin embargo, estas ideas no recibieron apoyo estatal.
Aunque el carruaje de Shamshurénkov fue anterior al del francés Nicolas-Joseph Cugnot, que presentó su vehículo en 1769, nunca llegó a conocerse en el mundo el nombre del inventor ruso.
La manera más eficiente de luchar contra el fuego es con espuma, pero este método se desconocía hasta comienzos del siglo XX y lo que se usaba contra las llamas era agua o bicarbonato de sodio. Un profesor de química en Rusia fue el inventor del extintor de espuma, que seguimos utilizando a día de hoy.
Nacido en Chisinau (actualmente Moldavia), Alexandre Laurent estudió en San Petersburgo y en París. Se convirtió en profesor de escuela en Bakú (Azerbaiyán), el centro de la industria petrolífera rusa en la primera mitad del siglo XX. A lo largo de su vida fue testigo de numerosos fuegos difíciles de extinguir, por lo que se puso a buscar una sustancia que pudiera luchar de manera eficaz contra las llamas.
Realizó varios experimentos y finalmente encontró una solución: inventó una espuma a la que llamó “Lorantina”. Posteriormente la patentó, no solo en Rusia sino también fuera del país. Con el tiempo Loran creó una compañía en San Petersburgo que comenzó a vender extintores con la marca Eurica.
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