Bienvenidos al sur, tierra de caviar y ajedrez

Las ciudades sureñas del país sorprenden al viajero por su clima cálido, sus riquezas naturales y por las tradiciones peculiares que se conservan en esta región.

Fuente: Valeria Saccone

El calor del sur de Rusia empieza a notarse en el tren que une Volgogrado y Astracán, y no sólo por la temperatura. Pasajeros amables ofrecen té y galletas al viajero, se interesan por su recorrido y se esmeran en aconsejar este o aquel lugar, imprescindible para conocer la que fue la capital del caviar. Desde la ventanilla del vagón, 300 kilómetros de estepa solitaria que recuerdan la pampa argentina, amenizan con su monotonía un viaje que dura, inexplicablemente, más de diez horas. 


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La meca del caviar 

Astraján o Astracán, a pesar de la decadencia de los edificios del centro, es una ciudad hermosa repleta de casas de madera torcidas y girasoles. Es un lugar que destila buen rollo. Hay pocos coches en las calles, los niños juegan en la calzada, mientras las bábu­shkas (abuelas en ruso) toman el fresco cuando los 35º del verano dejan paso a una agradable brisa. 

Durante mucho tiempo, fue la meca del caviar negro, cuya pesca fue hace tiempo limitada. El mercado de Selénskiye Isady era el paraíso de este manjar; a tres rublos (ni un cuarto de euro) se vendía la cucharada. Pero aquello acabó cuando se desmoronó la URSS, que empezó la exportación masiva a todo el planeta. En pocos años, los pescadores esquilmaron las reservas de esturión, el pez que produce el caviar. 

El Kremlin, construido en 1580, merece una visita. Resulta imprescindible también realizar una excursión al Delta del Volga, el lugar preferido por muchos domingueros que adoran pasar el día en el mayor campo de flores de loto de Europa.

La fiebre del ajedrez 

A 291 kilómetros se encuentra Elistá, la capital de Kalmykia y el enclave budista más grande de Europa. Situada en el corazón de la estepa, las temperaturas en verano superan los 40º. La gente de este lugar tiene rasgos orientales. Los calmucos, sus habitantes, son un pueblo nómada, de origen mongol, que llegaron a la estepa rusa en el siglo XVII. Durante una época, fueron reclutados por el Ejército Imperial. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, muchos de ellos fueron desterrados a Siberia, acusados de colaborar con los soldados alemanes. 


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En 1957, en la era Jruschov, los calmucos pudieron regresar a su tierra. Pero los 14 años de exilio hirieron de muerte su cultura. De los 292.000 habitantes que quedan, sólo el 10 por ciento domina su idioma. “Los jóvenes prefieren conocer España u Holanda antes que aprender su lengua y sus canciones tradicionales. El folclore calmuco fue el segundo más rico del mundo, después de la India. “Ahora se ha perdido casi del todo, por el exilio y la globalización”, cuenta Vladímir Núrov, un poeta de 74 años. En cambio, la religión budista ha florecido en los últimos años gracias a la construcción del mayor templo de Europa, impulsado por el expresidente de Kalmykia, Kirsán Ilumzhínov. Edificado en tan sólo 11 meses fue inaugurado en 2005. Más de 5.000 personas participaron en la ceremonia, en una ciudad que ha recibido en tres ocasiones al Dalai Lama. 

Ilumzhínov no es sólo responsable del renacimiento de la fe budista, sino que también ha fomentado la fiebre por el ajedrez. Todo el mundo juega en la plaza principal de Elistá, donde hay un tablero a tamaño natural. 

Aguas curativas del Cáucaso 

En el Cáucaso no hay diamantes, pero sí aguas termales, un tesoro de la naturaleza al alcance de todos. Pyatigorsk es una ciudad balneario y atrae a miles de personas que acuden a sus fuentes para beber sus aguas curativas y tomar baños de fango. Hay más de 20 tipos de aguas. Narzán es la más conocida y tiene un característico sabor salado. 

En la época soviética, más de 1,3 millones de personas visitaban cada año las ciudades de Pyatigorsk, Essentukí, Zheleznovodsk y Kislovodsk para tratarse dolencias crónicas en riñones, estómago, corazón o reumas. Cuando desapareció la URSS, la región cayó en el olvido y los sanatorios empezaron una lenta decadencia. Sin embargo, en la última década el turismo termal ha resurgido. Hoy, unas 700.000 personas al año veranean aquí. El Gobierno ruso planea una inversión multimillonaria para restaurar estos balnearios de estilo neoclásico.

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