Según una leyenda de Altái, si un cuentacuentos talla un instrumento musical de la madera de un cedro partido por un rayo, entonces tendrá un alma propia. Sin embargo, hay que tener una relación especial con los espíritus para poder encontrar un árbol como ese en los densos bosques de la taiga.
Karysh Kerguilov prepara una expedición a las montañas de Altái con su discípulo. Hasta ahora las vueltas por las tierras altas han sido inútiles así que han decidido acampar debajo del viejo cedro. Cuando el agua para el té empieza a hervir Kerguilov levanta los ojos y ve que el árbol había sido partido de arriba abajo por un rayo.
"No lo estaba buscando", dice. "Fue el cedro quien me encontró a mí".
Parece que los espíritus de Altái hubiesen observado de cerca a Kerguilov durante toda su vida. Nació en una remota aldea y pasó su niñez ayudando a sus padres a cuidar el ganado. En su tiempo libre leía todo lo que podía.
"Lo que más me gustaban eran las leyendas de Altái", dice Kerguilov. "Después de leer una, vagaba por las montañas imaginándome que era un héroe esos cuentos y andaba a caballo con un arco y una espada".
Si hubiera ocurrido un siglo antes, Kerguilov habría aprendido cosas sobre los grandes guerreros no en los libros sino de los kaichi, los cuentacuentos. Cuando no había periódico, radio o internet, estos cuentacuentos itinerantes iban de un campo nómada a otro contando leyendas llamadas kai a los habitantes de las tierras altas.
Antón Agarkov
Cada tarde los pastores se reunían alrededor del fuego para escuchar las historias del kaichi. Al día siguiente este continuaba su camino. Acompañados de su canto de garganta y del topshur, un laúd de dos cuerdas, eran los guías al mundo de héroes y espíritus de Altái.
Sin embargo, los cuentacuentos y los chamanes fueron víctimas de la represión cuando el gobierno soviético tomó el control de la región en los años 20. Con el tiempo, ellos mismos acabaron convirtiéndose en leyenda, como los poderosos protagonistas de sus historias.
Pero todo el mundo en Altái recuerda todavía aquellas historias. La memoria colectiva las guardó y se abrieron camino hasta los libros, que fueron los que cayeron en manos de Kerguilov cuando era joven. Cuando se imaginaba a sí mismo como un héroe de un poema épico no esperaba que dentro de poco él mismo se fuese a convertir en un guía al mundo de las leyendas.
Primero se hizo experto en artes marciales y en la lucha tradicional de Altái, llamada kuresh. Después aprendió diferentes tipos de artesanía, incluido el tallado en madera. Entonces Kerguilov empezó a hacer topshurs. Una de las primeras piezas que hizo se suponía que iba a ser para un amigo, pero este le dijo que probase el instrumento al propio Kerguilov. Casi al instante Kerguilov aprendió a tocarlo. Después aprendió el canto de garganta, una forma tradicional de kai. Volvió a tener mucho éxito.
"Cuando canté por primera vez, sentí como si mi pecho se me ensanchase, como si hubiera tenido alas extendidas a mi espalda", recuerda.
"Simplemente admira el paisaje", dice Kerguilov. Su cabaña en la región de Chemal tiene vistas sobre las aguas turquesas del río Katún.
"Siempre quise vivir cerca del Katún", dice. "Donde crecí no había más que montañas. Una vez subí hasta la cima de una y pude ver el Katún en la distancia. Fue como ver a Dios".
Antón Agarkov
El propio Kerguilov construyó su casa y la decoró con sus propias pinturas. Levantó un ail, una casa tradicional hexagonal. Colocó una barra para hacer flexiones y una mesa de carpintero con las herramientas necesarias para hacer topshurs.
"Mis instrumentos son bien conocidos y tengo una lista de clientes para un año", dice. "La mayoría son cantantes de garganta de Altái, Tuvá y Jakasia. Sin embargo, hay un par de ellos que son para Japón. No es un negocio muy lucrativo. En gran parte lo hago por amor al propio arte".
Esta tarde Kerguilov ofrece un concierto. En un par de horas hará más dinero que durante los días en los que trabaja haciendo un topshur. Para entretener al público se pone un traje tradicional y canta un kai. En alguna ocasión hablará en ruso o incluso en inglés, pero las leyendas épicas solo las cuenta en lengua altaica, su lengua materna.
El público no entiende ni una palabra, pero es que en este caso el sentimiento es más importante que entender el significado. Los que conozcan el ambiente místico inherente a las montañas doradas de Altái sentirán profundamente el profundo canto de garganta y el aterciopelado sonido del topshur.
Cuando el concierto termina, Kerguilov se hace una foto con un grupo de turistas. Al final se quita su sombrero de cuero y se sienta junto al fuego. Se queda absorto durante largo tiempo.
Es el nieto de un chamán mujer, cabeza del clan Kerguil, un hábil tallador de madera, herrero, artista, poeta, cuentacuentos, cazador y sal de las tierras de Altái. Dentro de su traje Kerguilov parece la encarnación de todos los narradores que los pastores escuchaban en su día alrededor del fuego. Son los guías al mundo de los espírituos que aquí se mantiene vivo.
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