8 of the most Russian places in Russia
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Un lugar fantástico para conocer el legado histórico de los inicios de Rusia y su patrimonio religioso.
Esta tranquila ciudad de provincias fue en otro tiempo la capital de un primitivo Estado ruso y una de las ciudades más importantes de Europa. Fue también uno de los pocos asentamientos rusos que nunca fueron conquistados por los mongoles y acabó convirtiéndose en símbolo de la resistencia rusa a la dominación exterior. En ella se conservan unas 50 iglesias medievales y de la Edad Moderna.
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Un lugar magnífico desde el que contemplar la larga trayectoria histórica de Rusia y conocer sus antiguas obras maestras arquitectónicas.
Vladímir, una de las capitales de la Rusia medieval, es hoy en día uno de los puntos de la ruta turística del Anillo de Oro. La ciudad posee numerosos edificios blancos del siglo XII, testigos de la consolidación del Estado ruso que sobrevivieron a la brutal incursión del ejército invasor tártaro-mongol de 1238.
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Un buen lugar para admirar la belleza de la capital y mayor ciudad de Rusia.
No hay mayor símbolo ruso que esta famosa plaza y esta antigua fortaleza con sus magníficas puertas, sus cúpulas y su famosa torre del reloj. Hasta la fundación de San Petersburgo, el Kremlin fue el centro religioso supremo del país y el hogar del Gran Príncipe de Rusia. La catedral de San Basilio, que mira hacia la Plaza Roja, es quizás el símbolo más reconocible de Rusia. La plaza se considera el centro de la capital y el corazón del país, y todas las carreteras principales más antiguas comienzan allí.
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Un lugar fantástico para conocer el ingenio y la determinación del pueblo ruso.
¿Qué mejores símbolos de Rusia que el aislamiento y el ingenio? Este lugar del siglo XVII contiene estos dos aspectos. Esta isla, situada en medio del lago Onega, contiene tres grandes edificios: un campanario y dos grandes iglesias de madera. Una de ellas mide 37 metros de alto y tiene 22 cúpulas. En ninguna de las dos construcciones se empleó un solo clavo, y ambas han mostrado una longevidad sin precedentes a pesar del uso de los más sencillos materiales.
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Un lugar perfecto para descubrir la inmensidad de la diversidad natural de Rusia.
El Baikal es el lago de agua dulce más grande del mundo y un símbolo de la abundancia natural y el esplendor de Siberia. Es también el lago más profundo del mundo con sus 1.680 metros de profundidad, así como el más limpio y el más antiguo: según algunas estimaciones, tiene más de 25 millones de años. La biodiversidad del lago no tiene igual: en él viven miles de plantas y animales que no se encuentran en ningún otro lugar de la Tierra, como la conocida foca del Baikal, el ómul o el esturión del Baikal, una especie en peligro de extinción.
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Un lugar idóneo para apreciar el nivel del sacrificio de Rusia durante la Segunda Guerra Mundial.
Esta es una de las estatuas más famosas de Rusia y recuerda el sufrimiento y el sacrificio del país durante la Segunda Guerra Mundial. Fue en la actual Volgogrado (anteriormente Stalingrado) donde el ejército soviético derrotó a las fuerzas nazis cambiando el curso de la guerra. Sobre una colina desde la que se ve la ciudad, esta estatua rinde tributo a más de un millón de soldados del Ejército Rojo que perdieron la vida durante la batalla más sangrienta de la guerra.
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Un lugar perfecto para reflexionar sobre los éxitos científicos y económicos de la Unión Soviética.
Puede que ningún monumento capte como este el simbolismo del gran experimento que fue la Unión Soviética. Esta estatua, que se encuentra cerca de la entrada del parque VDNJ, al norte de Moscú, se fabricó para la Exposición Internacional de 1937 en París. El público occidental probablemente reconocerá esta escultura por ser el logo de Mosfilm, el mayor estudio cinematográfico de Rusia.
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Un lugar magnífico para aprender sobre la historia militar de Rusia y su participación en las Guerras Napoleónicas.
A lo largo de la historia Rusia se ha visto en varias ocasiones entre la espada y la pared, y Borodinó es uno de los ejemplos más famosos de ello. Esta batalla, que tuvo lugar en el momento más sangriento de las Guerras Napoleónicas, hizo mella en el imaginario colectivo ruso después de que Lev Tolstói la recogiera en su novela Guerra y paz. Pese a haber sido una masacre, Tolstói describe esta batalla como una victoria moral para Rusia, ya que sus soldados se unieron para derrotar a un ejército que consideraban invencible.
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