Por qué el pueblo Chukchi sigue criando renos y cazando animales marinos

Vyacheslav Víktorov/Roskongress
Vivir en la tundra es una lucha diaria, pero para algunos es la única vida que tiene sentido. ¿Cómo es la vida de los pueblos indígenas de Chukotka?

Muy, muy lejos, en el límite de Rusia, donde amanece un nuevo día en la vasta tundra, es donde vive el pueblo chukchi. Se llaman a sí mismos “gente real” o, en su idioma, luoravetlanos. La vida en Chukotka es dura, pero realmente es una forma de vida auténtica. “Los chukchi de la tundra son pastores nómadas de renos, mientras que los chukchi de la costa son cazadores de mar. Hay unos 16.000 en total, y la mayoría vive en la península de Chukchi. Muchos de ellos, como hace 100, 200 e incluso 300 años, siguen dedicándose a los oficios tradicionales de su pueblo.

Sus profesiones y su modo de vida pueden parecer arcaicos, pero sus vidas no están en absoluto aisladas del mundo exterior. Utilizan teléfonos inteligentes, ordenadores portátiles y tarjetas bancarias.

Brigada nº 3

Nuestro helicóptero da vueltas durante un largo rato sobre la tundra en busca del campamento chukchi. No es fácil encontrarlos. Los nómadas modernos se dividen en brigadas; cada una de ellas, al cambiar de lugar, informa a los jefes de las empresas de cría de renos de su ruta.

Pero hay un problema, dicen los pilotos: los pastores de renos tienen sus propios nombres para los ríos y las colinas que no coinciden con los de los mapas. Se puede sobrevolar la tundra durante varias horas y no ver ni hombres ni al animales.

Por fin, vemos un valle con un puñado de yarangas (casas tradicionales chukchis) y los niños salen corriendo alegremente a nuestro encuentro. Este es el campamento de la Brigada nº 3. Los helicópteros rara vez aterrizan aquí, ya que está a sólo 70 kilómetros del asentamiento de Egvekinot. Bastante cerca. Y los invitados son siempre bienvenidos. Hay tres familias en la brigada. Los hombres se han ido a la tundra a dejar pastar a los renos y sólo las mujeres, los niños y los ancianos se han quedado en el campamento.

Valeria es rusa; vivía en Egvekinot, pero conoció a su futuro marido, de una familia de pastores de renos, y decidió trasladarse a la tundra. A sus 29 años, está criando a dos hijos, Valia (de unos cinco años) y Kiril (de un año). Estas familias no son raras por aquí. “Los tiempos en los que las mujeres daban a luz en yarangas ya han pasado”, dice Valeria. “Mi marido me contó que, antes, los helicópteros lo traían todo. Ahora tenemos nuestro propio quad y vamos al pueblo a comprar comida y combustible. Cuando nuestros hijos crezcan, los llevaremos nosotros al colegio”.

Tienen una gran yaranga, en cuyo centro hay un hogar con una tetera humeante. El pescado se ahuma sobre el fuego. El suelo está cubierto de suaves pieles de ciervo; el dormitorio está separado del resto con una gruesa cortina. Los alargadores de cable con enchufes están por el suelo: todavía tienen que cargar sus teléfonos y otros aparatos. No hay señal en el valle: hay que subir una colina para hacer una llamada. Los niños tienen coches de juguete y muñecas, pero lo que más les gusta es salir.

“Vamos s donde está la Burán (una moto de nieve cuyo nombre significa “tormenta de nieve”)”, me dice Valia tirando de la mano. “Vamos ir con ella por la tundra”. Por supuesto, es demasiado pronto para que monte realmente en una máquina así, así que se lleva su muñeca y finge que corre con ellapor Chukotka. Todavía le quedan un par de años antes de ir a la escuela, pero Valia ya dice que volverá para ayudar a su madre.

Retirada en la tundra

Serguéi en la yaranga.

En Chukotka hay 14 empresas municipales con unos 600 pastores de renos y 150.000 renos. Los chukchis tienen renos personales y municipales, pero todos pastan juntos. Aunque el salario de un pastor de renos es modesto para los estándares locales, menos de 50.000 rublos (unos 800 dólares), disfrutan de ciertos beneficios. Por ejemplo, pueden jubilarse antes: las mujeres a los 45 años y los hombres a los 50.

Vasili

“Ya estoy jubilado, ayudando a mis hijos y nietos”, dice Vasili, un hombre corpulento y serio de 50 años con camisa gris. “Llevo aquí desde mi infancia y en mi cuaderno de trabajo consta que soy pastor de renos. Suministramos carne, pieles, cuernos y astas de terciopelo a la empresa. Recibimos nuestros salarios en nuestras tarjetas bancarias, y si necesito comprar algo, simplemente se lo doy a alguien que irá al asentamiento”.

El hijo mayor de Vasili trabaja con él en la tundra; su hijo menor no quiere, pero su padre no se enfada con él por esto, diciendo que "es su negocio".

Tamara

Pero su hermana, Tamara, abandonó la escuela en quinto curso y huyó con su familia al campamento. “Lo decidí yo misma”, explica. “Quería ayudar a mis padres y a mi tía”. Ella misma ya es abuela y sus nietos también viven aquí.

Tamara dice que hoy en día hay de todo en la tundra. “Hay un generador, una radio para poder contactar con nuestros hombres y otras brigadas”. Las mujeres también figuran oficialmente como pastoras de renos, aunque se dedican principalmente a las tareas domésticas.

Dentro de la yaranga de Tamara.

Hay mucho trabajo que hacer. Cocinar la comida para todos, limpiar la casa, revisar los equipos y electrodomésticos, preparar las provisiones para el invierno, arreglar la ropa, lavar la ropa... más tareas que en la ciudad, en realidad. No se puede hacer solo. Cuando uno se cansa de socializar, siempre puede ir a la tundra a reflexionar sobre la vida.

Los guerreros del mar de Lorino

Una regata en barcos tradicionales.

Los indígenas de Chukotka son uno de los pocos pueblos del mundo a los que se les permite cazar ballenas (otros son los nativos de Alaska, Groenlandia y la nación insular caribeña de San Vicente y las Granadinas). Se distribuyen ciertas cuotas entre sus comunidades. El mayor número de ballenas (más de 40 al año) se captura en la aldea nacional de Lorino (con una población de unas 1.500 personas), a unos 500 km al este de Anadir y 150 km al oeste de Alaska.

Además de ballenas, cazan pinnípedos: morsas y focas de varias especies. Los chukchi modernos salen a cazar en barcos a motor. Estos parecen diminutos, pero pueden arrastrar varias toneladas de peso. También utilizan arpones de mano para cazar.

Los cazadores de mar se dividen en brigadas y reciben el mismo pago y beneficios que los pastores de renos. Su trabajo es muy peligroso: no sólo el mar de Bering es bastante agitado, sino que a veces los animales marinos dan la vuelta a sus embarcaciones y las personas que caen por la borda tienen que ser rescatadas por sus colegas. Muchos chukchi, a pesar de pasar toda su vida en el mar, no saben nadar. ¿Cómo se puede nadar cuando el agua está tan helada todo el año?

La salud de los cazadores se resiente de tales condiciones, pero incluso en su vejez, siguen amando el mar. Dmitri cazó animales marinos desde los 15 años hasta su jubilación. Ahora tiene 68 años. A causa del duro trabajo, su cara está curtida, no puede doblar los dedos y sus manos apenas le obedecen. Está casi ciego, pero se acerca al mar y, sentado en la fría orilla, mira los barcos que pasan.

“Nací aquí, soy de Lorino”, dice en voz baja. “Íbamos al mar con cualquier tiempo. Entonces era muy duro y ahora me duelen las piernas constantemente”.

Turismo en el límite de la Tierra

Olga

Los lugareños hacen todo lo posible por mantener sus tradiciones nacionales; cuentan a los niños la cultura del pueblo chukchi, fabrican ellos mismos suvenires y reciben con los brazos abiertos a los turistas, que sólo vienen en verano, cuando no hace tanto frío. En Lorino, venden amuletos (símbolos del sol, largas camisas tradicionales o komlaikas) y baratijas de hueso de morsa tallado hechas por artesanos locales.

“Amamos a nuestro pueblo y queremos que todas las demás naciones del mundo vean lo que podemos ofrecer”, dice Olga, que ha pasado toda su vida haciendo todo tipo de artesanía local, desde sastrería hasta la talla de huesos. “Por ahora, todo vive de puro entusiasmo, sin ningún beneficio”.

Al mismo tiempo, los chukchi están abiertos a nuevas tradiciones culturales procedentes de “tierra firme”. Mariam nació en Lorino, pero pasó mucho tiempo viviendo en Jabárovsk, la mayor ciudad del Lejano Oriente ruso (con más de 600.000 habitantes), y hace poco volvió para ayudar a su madre jubilada. “Cuando llegué aquí, me costó mucho acostumbrarme a los precios (son mucho más altos que en la ciudad) y a la situación. Pero la gente puede vivir en cualquier sitio”, dice. Mariam tuvo que recordar lo que era vivir al lado de los osos, cuando sólo hay la tundra y el frío mar de Bering en muchos kilómetros a la redonda. Sin embargo, trajo consigo muchas fiestas que no se habían celebrado antes por aquí. “Normalmente, celebramos nuestro Año Nuevo de Chukotka el 22 de diciembre y el normal el 1 de enero. Ahora también hemos empezado a celebrar la Pascua; a mi familia le gustaba hornear kulichi (pan de Pascua) y pintar huevos”.

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