Cómo un general ruso salvó la vida de Napoleón

Antoine Alphonse Montfort/Palacio de Versalles; George Dawe/Museo del Hermitage; Paul Delaroche
Si no hubiera sido por el conde Pável Shuválov, tanto los famosos ‘Cien Días’ de Napoleón como la batalla de Waterloo podrían haberse evitado.

En la primavera de 1814, el Imperio francés llegó a su fin: Las Fuerzas de la Coalición tomaron París, Napoleón abdicó y los Borbones volvieron al trono francés. Como señal de respeto hacia el hombre que una vez había dominado toda Europa, los aliados dejaron que Bonaparte conservara el título de emperador. Pero el único lugar que le quedaba para gobernar era la pequeña isla mediterránea de Elba.

A finales de abril, tras despedirse de los soldados de su Vieja Guardia en el Palacio de Fontainebleau, Napoleón partió al exilio. Su viaje le hizo pasar por toda Francia hasta el puerto de Fréjus, donde le esperaba un barco para llevarle a Elba.

El emperador derrocado viajó de forma modesta, en un sencillo carruaje, acompañado de una pequeña guardia armada y de varios comisarios especialmente asignados por los aliados. El zar Alejandro I envió al teniente general Pável Shuválov para acompañar a Bonaparte. Fue a Shuválov a quien Napoleón debió su vida. 

François Bouchot. La abdicación de Napoleón en Fontainebleau el 11 de abril de 1814.

Contra Napoleón

Cuando la Grande Armée de Napoleón invadió las fronteras del Imperio ruso, el conde Shuválov comandaba el 4º Cuerpo de Infantería. Pero casi inmediatamente cayó gravemente enfermo y se vio obligado a pasar su mando a otra persona.

Shuválov volvió al servicio en 1813, cuando las tropas rusas marchaban por Europa, empujando lentamente a los franceses hacia París. El conde acompañó al emperador Alejandro I en todos los campos de batalla y por su papel en la Batalla de las Naciones, cerca de Leipzig, se le concedió la Orden de San Alejandro Nevski.

Mucho más tarde, en abril de 1814, Napoleón se encontró con Shuválov en el Palacio de Fontainebleau y le preguntó qué medalla llevaba el general ruso en el pecho. Cuando Bonaparte se enteró de que era una medalla “En memoria del feliz desenlace de la guerra de 1812”, guardó silencio y durante varios días no intercambió una palabra con su compañero de viaje como muestra de su desprecio. Sin embargo, el antiguo emperador pronto tendría que cambiar por completo su opinión sobre el ruso.

George Dawe. Retrato de Pável Shuválov.

Un roce con la muerte

Al principio, las multitudes recibieron el convoy de carruajes de Napoleón con euforia, gritando “¡Vive l'Empereur!”. Pero a medida que avanzaba hacia el sur, la admiración dio paso al silencio y, después, a una indisimulada hostilidad.

En Provenza, las multitudes ya gritaban insultos y lanzaban maldiciones a Napoleón. Él permaneció tranquilo, fingiendo que nada de eso le afectaba.

El verdadero peligro esperaba a Napoleón en la ciudad de Orgon, al sur de Avignon. En la ruta del convoy, una turba había erigido una horca con una efigie de Napoleón balanceándose desde ella. La gente se abalanzó sobre el carruaje cerrado, intentando sacar al emperador depuesto para matarlo. Los monárquicos interesados en impedir que el “Monstruo de Córcega” llegara a su destino pudieron haber sido en parte responsables de fomentar esta ira.

Paul Delaroche. Retrato de Napoleón en Fontainebleau.

Después de dominar a la pequeña escolta armada y a los comisarios aliados, la turba se acercó a su objetivo, pero el conde Shuválov intervino en el momento justo. Fue el único que resistió la embestida de la muchedumbre y, utilizando sus puños y arengando a los habitantes de la ciudad, consiguió hacerlos retroceder. Habiendo ganado unos momentos preciosos, dio una señal al cochero del carruaje del ex-emperador para que saliera de Orgon lo más rápido posible.

Al no haber conseguido atrapar a Bonaparte, la turba estaba dispuesta a hacer pedazos al propio Shuválov. Pero cuando el pueblo se enteró de que un general ruso estaba ante ellos, la ira dio paso a alegres exclamaciones de "¡Vivan nuestros libertadores!"

Poco después, habiendo alcanzado al convoy de Napoleón, Shuválov se ofreció a intercambiar abrigos y cambiar al carruaje de Napoleón. De este modo, explicó el general ruso, cualquier atacante le mataría a él y no a Bonaparte. Cuando el asombrado gobernante de la isla de Elba le preguntó por qué quería hacerlo, recibió la siguiente respuesta: “Mi emperador Alejandro me ordenó entregarle a su lugar de exilio sano y salvo. Me considero obligado por el honor a cumplir la orden de mi Emperador”.

El sable de Napoleón.

Gratitud

El subterfugio funcionó, y varios días después, Bonaparte, sano y salvo, embarcó en la fragata británica HMS Undaunted, que debía llevarle a la isla del Mediterráneo. Antes de partir, Napoleón regaló al Conde su sable en agradecimiento por haberle salvado la vida. 

Durante 15 años, Bonaparte nunca se había separado del magnífico sable de acero de Damasco, que le había sido regalado “Para la expedición egipcia”, cuando aún era Primer Cónsul de la República. El hecho de habérselo regalado al conde ruso fue un gesto de verdadera gratitud por parte del antiguo emperador de los franceses.

Joseph Beaume. Napoleón dejando Elba.

Menos de un año después, Napoleón Bonaparte regresaría a Francia para retomar triunfalmente el poder y agitar a toda Europa durante otros tres meses. Y el hecho de que las cosas resultaran así se debió, entre otras cosas, al papel desempeñado por un general ruso en 1814.

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